Adiós a una hermana, amiga, madre, compañera, confidente, protectora, todo eso fuiste para cuantos te conocimos. Eras como el amor, paciente, afable, no tenías envidia, no eras maleducada ni egoísta, no llevabas cuenta del mal, sufrías con las injusticias, gozabas con la verdad, creías sin límites, esperabas sin límites, para ti todos éramos Cristo. Me parece verte en ese cuartel dando ánimos a esos soldados que añoraban sus casas, sus familias dándoles cariño, siendo su refugio.

En ese hospital San Pedro de Alcántara a cuantos enfermos temerosos ante su enfermedad habrán calmado tus palabras de aliento o quizá una caricia les habrá aliviado sus pesares.

A cuántos pobres en el comedor social le habrás llevado junto con la comida palabras de dulzura, de esperanza, dando eso que tú tanto tenías, Amor .

Llevabas palabras de evangelio allá donde ibas; cuántos jóvenes habrán conocido y seguido al Señor gracias a ti; cuántos adultos habremos cambiado de actitud ante tus sabias palabras y cuántos ancianos habrán recibido la sagrada comunión gracias a tus desvelos y sacrificios como los ancianos de la Residencia Asistida que se fueron antes que tú y que te habrán recibido con los brazos abiertos, te habrán guiado a la presencia del Señor, como tú lo hacías con ellos aquí en la tierra.

Te has ido pero no debemos estar tristes, pues ahora te tendremos todos y cada uno en nuestros corazones, nos acompañarás y nos guiarás cuando te necesitemos.

El Señor es tan grande y te quería tanto que el día de tu muerte envió la nieve a esta tierra cacereña para que calmaras tu añoranza de tus tierras leonesas.

Gracias sor Esperanza, mi esperanza, tu esperanza.

M. Esperanza Vicente Cabo

Cáceres