Se nos fue Leónida en Ibahernando. Hasta ayer mismo la hemos visto caminar con paso suelto y decidido por las calles de su barrio, realizando las tareas habituales de muchas mujeres del pueblo, comprar la comida para su casa, tender la ropa en el cordel, echar de comer a sus animales. La misma cara y el mismo paso decidido durante tantos años que parecía que la tendríamos para siempre. Se ha ido con 87 años sin que apenas percibiéramos algún aviso, estuvo por la tarde quitando unas hierbas en las patatas de su huerto y por la noche le entró una mala tos. Siempre trabajando y pocas visitas al médico, no las necesitó, tampoco las solicitaba, debía ser que el Sol y el aire de la calle, y el cariño de los suyos, fueron una buena medicina.

Madre de once hijos en una familia humilde en tiempos en los que ser madre resultaba mucho más difícil. Cuando todos comían en el mismo plato y lo poco o lo mucho que había se repartía entre todos. Desde siempre las puertas de su casa han estado abiertas a todas horas a su familia, ella ha estado allí para lo que se ha necesitado, para un hijo que acudía a comer, para un nieto que solicitaba algo a la abuela, para un rato de conversación, para verse unos hermanos con otros, el refugio, referente y punto de encuentro, la madre como aglutinante.

Saltándose la costumbre hoy habitual de utilizar el vehículo funerario, seis de sus hijos llevaron a hombros su féretro desde la puerta de su casa hasta la Iglesia de Ibahernando. Un bonito y sentido homenaje de reconocimiento a lo que ha significado su madre para ellos. Detrás sus hijas, todos con el dolor reflejado en sus rostros, pero fuertes y serenos como a ella le hubiera gustado. Y a continuación el pueblo de Ibahernando acompañando sin excepción a una familia trabajadora y buena gente.

Se nos ha ido Leónida. Se nos ha ido una forma auténtica de mirar las cosas. Se fue rodeada de los suyos y con los deberes cumplidos. Descanse en paz.

José A. Redondo González