A Antonio Montagut ya se lo dijo un bombero de la Unidad Militar de Emergencias, hace más de tres semanas, en los dramáticos días posteriores al terremoto. "Cuando nos vayamos nosotros y las cámaras de televisión, os vais a quedar muy solos". Y así se sienten Antonio y su familia, solos. "Estamos peor que hace un mes". Tenían tres pisos en el barrio de La Viña de Lorca. Tenían. Uno será derribado, en otro no pueden entrar, en el tercero no pueden vivir. "Se puede arreglar, pero prefiero que lo tiren también. ¿Quién dice que con otro terremoto no acabe de caerse?" Es el temor de mucha gente, en medio de las preocupaciones de cómo y cuándo poder volver a vivir en Lorca.

La ciudad está más vacía que antes. Poco se ha avanzado en el mes que transcurrió tras el terremoto. Antonio está a la espera del perito de la compañía de seguros. Sin peritaje, no se puede reformar, reconstruir. Y después, todos los vecinos deben ponerse de acuerdo.

A Angelita Navarro ya le han dicho que su bloque desaparecerá. Y eso que el primer peritaje le puso el color verde de habitable. "Pero luego han ido descubriendo daños estructurales en los pilares", dice, con la emoción de ver cómo, a través de la ventana, están vaciando su piso en la calle Jardinería, en la tercera planta, la menos dañada. "Ahí están 38 años de mi vida".

Por esa misma razón, su vecino Juan Francisco Ros no quiere llevarse nada. "No quiero más recuerdos de este piso. Toda la vida he trabajado para esto, ahora no tengo nada. Es una catástrofe que nos marcará el resto de nuestra vidas". Ambos viven ahora de alquiler.

En las afueras de la ciudad, más de 1.000 inmigrantes siguen en el campamento de desalojados. Azelmed Abdelkrim, alojado allí junto a su mujer y sus dos hijos, dice que la vida en el campamento se les hace insostenible. "Hay comida, pero no mucho. Nosotros aguantamos, pero los niños tienen hambre, lloran mucho".