Violeta tenía 15 años cuando escuchó hablar por primera vez de las páginas Pro-ana y Pro-mía. Fue en el colegio, cuando les hablaron de los trastornos de la conducta alimentaria (TCA) y les advirtieron del peligro de estas páginas web que hacían -y aún hacen- apología de la anorexia y la bulimia. Entonces, Violeta reconoce que ya presentaba algunos síntomas de la enfermedad. Quería hacer dieta y empezó a vomitar con algunas amigas. “Sabíamos que era peligroso pero aún no lo entendíamos bien”, precisa.

Poco después, recordó aquellos portales web y ella sola, ya sin sus amigas, entró “por curiosidad”. Aunque vio desde el principio que era “todo muy oscuro”, visitar estas webs se convirtió en una rutina. “Primero entré una vez, luego otra y otra...al principio lo hacía para saber cómo vomitar, después para saber cómo vomitar más e incluso también para saber qué hacer para que me diera más miedo comer y cómo engañar a mis padres”, relata esta joven de casi 20 años.

En estas webs se hace proselitismo de los TCA. Desde fotos de chicas delgadísimas con frases de ánimo para conseguir ese cuerpo hasta foros con trucos para perder más peso o para que la enfermedad siga siendo un secreto para la familia. “También hay apartados donde la gente escribe lo que ha comido ese día: los que comen normal, reciben todo tipo de insultos y son excluidos de la comunidad, mientras que si dices que solo has bebido agua, te dicen que eres la mejor y todos de admiran”, denuncia Violeta.

Pero a pesar de que era consciente de los efectos nocivos que tenían estos contenidos, ella ya no pudo controlarlo. “Los comentarios son muy fuertes pero a la vez te va bien a ti para poder seguir con todo. Sabes que es malo, pero estás enganchado”, dice. Las webs pro-ana y pro-mía son, en realidad, como una droga.

VEINTE LAXANTES AL DÍA

Violeta las visitaba cada vez más. Su enfermedad iba en aumento. Llegó a consultarlas hasta 10 veces al día. Estos portales consiguen que la obsesión sea aún mayor, lo que constituye uno de los principales riesgos. “Creo que sin pro-ana y pro-mía, mi obsesión no hubiese ido a tanto. Pero ves que otra gente piensa y busca lo mismo que tú y lo acabas normalizando”, apunta. Por ejemplo: “Empecé a restringir la comida pero vi que había gente que se tomaba 20 laxantes. Y entonces pensé que si ella podía, yo también”.

Se crea un “sentimiento de comunidad”. Violeta reconoce que a ella le hacía sentirse bien: “Cuando entraba pensaba ‘qué bien, no soy rara’. De algún modo, es como si no estuviese tan enferma, porque había millones de personas diciendo lo mismo que yo”, explica. Y para reforzar el sentimiento de comunidad, se venden pulseras que, según dice, son “un recordatorio de que debes contenerte cada vez que te entra hambre”. Un recordatorio de quién pertenece a la comunidad pro-ana y pro-mía, porque en este grupo mundial no se admiten disidentes. “Hay incluso gente dentro que alerta de que estar en estas páginas web es malo y que podemos acabar muy mal; entonces, todos empiezan a escribir comentarios como ‘¿qué haces diciendo esto?’ o ‘¡fuera de aquí!’”, relata la joven.

NO ES UN CASO AISLADO

Violeta no quería acabar mal y cuando vio que estaba cerca de esta situación, pidió ayuda. Ahora está en tratamiento y asegura que con la terapia ya no tiene necesidad de entrar en estas páginas. Dice que su caso no es aislado y que la la mayoría de pacientes con las que se trata también han consultado estos portales.

Ella nunca había explicado esta parte de su enfermedad a su entorno. “Da mucha vergüenza, porque hay mucho tabú de que te lo has buscado tú, que es tu culpa o que podrías haberlo parado”, señala. Ahora lo explica porque dice que estas páginas no deberían existir: “Hay casos de muerte por un TCA y estas webs animan a que la gente muera. Hay que luchar contra esto”, reclama. De momento, ella seguirá con la terapia y empezará este otoño un grado de Integración Social.