TAtlange es una cuesta de palmeras, una pared de hiedra, una calle con hortensias y una nostalgia de Roma manando en el surtidor de los cipreses. Alange es un jardín de buganvillas con casas imperiosas en lo alto y una piscina de mármol abajo, en la llanura del pantano. Donde las casas están la iglesia, el banco, los comercios, la plaza y los bares cotidianos. Alrededor de la piscina, el balneario, las pensiones, los hostales... ¡Ay los hostales de Alange! Huele en ellos a guisos de madre y a suelos refregados. Pasas y te pellizcan con sus fachadas color de risa rosa, de añil abril, de albero y limonero... Miras y hay un pasillo que invita y un patio recargado de macetas. Los patios de Alange son patios de Badajoz, patios que se muestran, que esperan siempre una visita. El patio de Badajoz tiene azulejos, verjas, canarios y es lo primero que se arregla de la casa. El patio de Cáceres es también el rincón más fresco y presume de sombras, pero es más humilde y se conforma con la austeridad de la cal y el cuchichí del perdigón.

En el relicario verde de Alange, envuelto en jazmines y lantanas, el balneario reposa con sus aguas sosegantes y sus salones recoletos, sus butacones de casino y su solidez de morada burguesa. En el jardín, una pérgola gigante alberga una terraza donde sirven granizadas y solomillos. Hay bancos, sillas y muchas señoras leyendo. Una dama de ojos angustiados sale de su primer baño, se seca los pies, mira la belleza desde la belleza y parece buscar un equilibrio inmediato que Alange le regalará, pero muy lentamente, día a día, gota gota, jazmín a jazmín, patio a patio.