TLtos otoños extremeños son generosos de luz y limpios de cielo. En estas tardes de noviembre, el sol se revuelve entre las nubes y juega al cucu, tras... Cuando toca tras, la claridad resplandece y a lo lejos, siempre a lo lejos, aparece un monte muy claro, una fortaleza imponente y un pueblo con vocación de faro: es Alburquerque, que en otoño apabulla. Desde hace nada, a Alburquerque se llega desde todo. Hay carreteras estupendas que llevan hasta allí por Herreruela, por San Vicente, por Villar del Rey, desde Badajoz, desde Portugal y La Codosera... Mi preferida es la de Aliseda. Acaba de remozarla Corviam-Corsán, la misma empresa que construye el tramo de autovía de la Plata que pasa por Cáceres, y da gusto conducir por ella: curvas suaves, rectas plácidas, zonas de descanso, arcenes seguros y al fondo, siempre al fondo, Alburquerque.

Decribir Alburquerque parece una osadía después de que Luis Landero convirtiera su historia y sus piedras en sabor, olor, sonido y sentimiento en el libro Esta es mi tierra . Menos inmortal es Ouguela, aldea portuguesa minúscula y fortificada, pionera en el contrabando motorizado de café y situada a un paso de Alburquerque por una carretera fantasma que ni existe en los mapas. Saramago, en su Viaje a Portugal , la menciona, pero no la visita ni la comenta. Mejor así, que siga siendo bella y desconocida para que la podamos visitar en silencio durante estas tardes otoñales en que Alburquerque se ve desde cualquier parte y Ouguela desde ninguna, pero están a un paso y llevan mil años complementándose.