El 29 de octubre se detectó la torre de refrigeración responsable del último brote de legionela en Alcoi, que ha llevado al hospital a 18 personas y a la tumba a una anciana de 84 años. Mientras se desinfectaba la instalación y se comprobaba que había fallado el sistema de cloración del agua, los primeros enfermos iban apareciendo.

Pero la sorpresa llegó el 10 de noviembre, cuando un nuevo análisis en la misma torre volvió a dar positivo. Para su desgracia, la ciudad alicantina se ha convertido en un referente para la enfermedad.

Los expertos no ocultan su impotencia. Catedráticos de biología, empresas de desinfección y el responsable de Salud pública de la Generalitat valenciana, Manuel Escolano, califican la situación de Alcoi de "única en el mundo" y buscan explicaciones a la inexplicable "reinfección acelerada" de unos equipos que se analizan dos veces al día.

"Lo hemos mirado todo. No podemos hacer más", dice Escolano, algo que reconocen también los sindicatos. Se cumplen con creces las normas de prevención, pero, como si se tratara de una maldición, es continuo el goteo de "casos es aislados". Entre agosto y octubre pasado se infectaron nueve personas sin que se detectara un brote concreto.

Nadie menciona lo que muchos intuyen como solución: quitar las torres de donde están. Porque, en el centro de Alcoi (60.000 habitantes), las fábricas textiles conviven peligrosamente con la gente. Suponen el sustento de muchas familias y hace más de cien años convirtieron un pueblo de montaña en una ciudad industrial. La ciudad creció hacia la otra margen, pero las chimeneas siguen ahí, junto a las modernas torres de refrigeración, lanzando columnas de vapor, el medio ideal para la difusión de la bacteria.