TLtos lugares más bellos de España han sido descubiertos por artistas y científicos alemanes. A finales del siglo XVIII, el naturalista berlinés Alexander Humboldt fue fascinado por Canarias, lo contó en un libro y tras él llegaron aristócratas y románticos que convirtieron Puerto de la Cruz en un paraíso del tiempo libre. Medio siglo después, otro investigador alemán, H. A. Pagenstecher, recorrió Mallorca y publicó en Leipzig un tratado, Die insel Mallorca , que significó el comienzo de la pacífica invasión alemana de las Baleares. Lo mismo sucedió a principios del siglo XX con la gallega Costa da Morte. Pioneros alemanes quedaron encantados con su naturaleza y hoy, entre Muros y Malpica, el turismo alemán es mayoritario, siendo su más eximio representante Man, un teutón que llegó a Camelle en los años 60 y allí se quedó, en taparrabos, en una casa-museo de piedra junto al mar hasta que la catástrofe del Prestige le provocó una tristeza mortal.

En Extremadura también se dan casos de deslumbramientos alemanes. Wolf Vostell se asombró en los Barruecos y un paisano suyo alquila una encina seis meses al año entre Albalá y Montánchez y se dedica a observar sus secretos. O los alemanes que acampan por Ceclavín, durante lo más crudo del invierno, en uno de los parajes más desconocidos y espectaculares de Extremadura: la desembocadura del río Alagón en el Tajo. Tras ellos, ya están llegando sus compatriotas: el año pasado, la mayor parte de turistas extranjeros que visitaron Extremadura (el 19.41%) fueron alemanes.