Ni la ciencia ni la mayoría de la sociedad consideran hoy la homosexualidad una enfermedad. Sin embargo, algunos médicos la siguen viendo como una dolencia que se puede curar. En la Policlínica Tibidabo de Barcelona, el psiquiatra Joaquín Muñoz aplica terapias reparativas para cambiar la orientación sexual de sus pacientes. Algunos acuden a su consulta por recomendación de un párroco.

Aunque la homosexualidad dejó de ser considerada un trastorno en 1973 por la Asociación Norteamericana de Psiquiatría, la Organización Mundial de la Salud no la retiró de su catálogo de enfermedades hasta 1990. Hoy, 20 años después, el doctor Muñoz y otros colegas suyos siguen sin aceptar la decisión de la OMS, que atribuyen exclusivamente a la presión del lobi gay. "Nadie quiere ser homosexual, les cae encima --dice Muñoz--. Si con una pastilla pudieran cambiar su orientación sexual, el 99% querría tomarla".

La homosexualidad, según Muñoz, es consecuencia de una primera atracción en la etapa adolescente hacia una persona del mismo sexo. Su terapia consiste en volver al punto de inicio: rebajar el deseo sexual del paciente gay con tratamiento farmacológico y sesiones de psicoterapia para, a posteriori, dejar fluir su líbido enfocándola hacia personas del sexo opuesto.

CREENCIAS Muchos de los jóvenes que se someten a terapias de reparación lo hacen empujados por sus creencias religiosas. Es el caso de Angel Llorent, cristiano protestante que acudió a la terapia con 17 años. Su vínculo con una parroquia homófoba le empujó a someterse durante 20 años a tratamiento para ahogar sus deseos homosexuales. Ahora, con 43, explica que intentó suicidarse tres veces durante el tratamiento, que le deprimió por su ineficacia.

Marc Orozko buscó ayuda en la psiquiatría por el rechazo de su familia. En 1995, con 20 años, un psiquiatra le aconsejó "masturbarse pensando en chicas y llevar una goma en el brazo que debía tirar y soltar de golpe cada vez que se sintiera atraído por un hombre". Orozko dice que el tratamiento le "marcó la vida".

Es difícil cifrar los pacientes que están recibiendo este tratamiento y cuántos se han sometido a él en los últimos años. Los que recurren a estas terapias lo suelen mantener en secreto.

Hay otros psiquiatras que coinciden con las tesis del doctor Muñoz, como el barcelonés Juan de Dou y el madrileño Aquilino Polaino. Dou rehusó hacer declaraciones, aunque por medio de su secretaria certificó que suscribe la opinión de Muñoz.

Pero las instituciones médicas y la gran mayoría de la profesión rechazan estas prácticas. Según el neurólogo y psiquiatra Joan Romeu, querer cambiar la orientación sexual de una persona es imposible e innecesario, y recetar fármacos como la sulpirida, con serios efectos secundarios, es, apunta, una barbaridad.