Estos días el Vaticano y yo hemos ido acercando posturas. Seguimos sin estar de acuerdo en lo elemental (ya saben, esas tonterías de la anticoncepción, el divorcio o la fecundación in vitro) pero vamos coincidiendo en alguna cosilla. Sí, lo reconozco, como los teólogos de Roma yo también creo que los Simpsons son una buena serie infantil. No porque Homer sea católico como afirman ellos, sino por la crítica feroz que encierra su cuerpo amarillo, pero algo es algo. Y sí, señores de la Conferencia episcopal, yo también estoy harta de los zombis de plexiglás y las brujas de pacotilla, del truco o trato y de todo Halloween, esa fiesta de calabazas que hemos adoptado con tanta alegría. De acuerdo con sus colegas ingleses, ustedes proponen mantener el espíritu cristiano de esta celebración, víspera de Todos los Santos, de donde viene su nombre. Me parece estupendo, pero veo lagunas a la solución que plantean: mantener el ambiente festivo, aunque cambiando los disfraces. Adiós a los monstruos y hola a los trajes de santos. Ahí es donde humildemente yo observo los fallos, porque san Francisco de Asís y hasta santa Teresa tienen su aquel, pero qué hacemos con el pobre niño al que le toquen la cruz de san Andrés o los pechos martirizados de santa Agueda . Y qué con el pobre al que le correspondan la parrilla de san Lorenzo , el traje de san Pionio , quemado vivo, o el cuerpo decapitado del Papa Sixto , por citar solo algunos. Creo que toca aguantarse un año más mientras se perfecciona la idea (¿Disfraces de fieras? ¿Catacumbas?). Al fin y al cabo, no olvidemos que en esto del miedo, ustedes siempre han ido un paso por delante.