THte roto la almohada, la otra almohada. Duermo con dos. La segunda -la del hueco lugar de tu imagen conmigo- se ha partido en trozos de tanto abrazo insomne y ciego. No sé con quién sueño. Sólo que me despierto de madrugada, con los grillos al fondo, en lo interminable. Y no estás. Sólo la noche, yo y los fantasmas del barrio. Sólo con tu nombre y toda la soledad agazapada y húmeda como un pez. Bebo el agua del búcaro que he puesto en el lavadero. Me sabe a barro conocido, a tierra de los días originales del mundo.

Es sólo eso. Algo de arenilla en los labios. Es como aquella vez que me besaste y dejaste un ligero sabor a escombros y tabaco rubio. Aquella noche ninguno de los dos dormíamos. Había cosas más interesantes que hacer que cerrar los ojos. No podía, ante tanta hermosura regalada. El retrato del Ché Guevara bendecía como un santo laico esa unión. Ahora sólo hay detritus memorable, el rostro avinagrado de la gentes de bien, las solteras que guardan rencores africanos y las frases huecas de los anuncios. Esto es lo que queda después del amor. Como dice Sabina , unos puntos suspensivos que no ponen punto final a casi nada. Las almohadas rotas de sueño y una vida que empieza a chirriar como un tranvía.

Creo que hay un lugar donde el amor acude para dar su adiós final a los hombres que aman. A él acudo por si hubiera aún un pequeño resquicio de tu aliento. Y regresarte, por fin, al país de los vivos. Refrán: Ay, amor roto en la almohada. Vuelve a nacer en mitad de mi cama.