Es difícil no estremecerse bajo la sombra de la catedral de Colonia, el que fuera durante siglos el edificio más alto del mundo. Cada una de estas piedras es un pedazo de la historia de Europa y todas ellas son la historia de una obsesión: la conquista de la eternidad. Hoy es cuatro de septiembre y justo un cuatro de septiembre del año 476 el germano Odoacro se coronó rey de Italia, dando al traste con los sueños de eternidad de Roma. Ese fue el fin de la Antigüedad y el nacimiento de la Edad Media, la edad oscura. Desde entonces no hemos hecho otra cosa que buscar la luz. Pero la luz no llega. El periódico iraní Kayhan amenaza de muerte a Carla Bruni por ser una "puta italiana" de vida "inmoral" que se niega a que Sakineh Mohammadi Ashtiani sea lapidada por adúltera. Gadafi amenaza con una Europa negra si no le pagamos cinco mil millones de euros al año. No hay en Asia piedras bastantes para purgar los pecados que obsesionan a estos hombres. Por eso se empeñan en conquistar Occidente, aunque sea a golpe de talonario, para desmontar piedra a piedra nuestras catedrales y lapidarnos con ellas. Si se tratara de lapidar a un barril de petróleo o el canal de un gaseoducto, Occidente entero montaría en cólera, pero, como sólo son personas inocentes, se montan en el petrodólar y callan. Medio mundo anclado en el pasado y en Hollywood, mientras tanto, festejan el venticinco aniversario de la película Regreso al futuro . En España se estrena Lope , que fue la catedral literaria más imponente de nuestro Siglo de Oro, nuestro príncipe de la luz. Lo mejor de Lope, lo que ha sobrevivido al tiempo, es la lírica popular, la que se libró de su manía religiosa. Toda religión es una edad media que cumple sus amenazas. Quien lo probó, lo sabe.