Ella siempre tiene razón. Cumple, punto por punto, todos los requisitos que se necesitan en España para demostrar que se está en posesión de la verdad. En primer lugar, las voces. Si uno da más voces que el interlocutor, y hace más aspavientos, seguro que tiene razón. Ella grita constantemente, se golpea los muslos indignada, te hace partícipe de su indignación machacándote los brazos.

Sabe de todo, que es el segundo requisito. Da igual su nivel de estudios, su doctorado o su carencia de graduado escolar. Conoce todos los datos, de primerísima mano, porque se lo ha dicho la concuñada del subalterno del director de una sucursal vecina, y, desde luego, a ella, nadie la engaña.

Es el alma de todos los corrillos, con lo que cumple el tercer requisito para tener razón, que consiste en pregonar la mercancía, mostrando un conocimiento sin fisuras. Hace de la cola del pan o de la puerta del colegio su cátedra, y desde allí, adoctrina a los presentes. Por supuesto, nadie tiene ni idea, nadie sabe lo que hace, y así no vamos a llegar a ningún sitio. Alma de las reuniones de vecinos con sus gritos (nunca puede colaborar en las actividades, pero sí criticarlas), envidiosa de lo ajeno, ignorante hasta de lo suyo, ella siempre tiene razón. No hay nada como la comida española, en ningún país se vive como en este, y, aunque no habla idiomas, nada suena mejor que nuestra lengua, por lo que entiende, aunque esté en contra, que esos pobres inmigrantes se peguen por entrar. No ha leído nunca un libro. Ni falta que le hace. Las personas como ella siempre tienen razón. Van a saber los libros más que ella. Amos anda.