Una colmena es un reloj. Si algo tiene el tiempo es que no tiene un segundo que perder. Cumple la jerarquía de los minutos con precisión suiza. Uno no tiene sentido sin el anterior. Tic tac. Con las abejas ocurre lo mismo. Cada una es una manecilla, sin una no existe la otra. Desde el minúsculo zángano a la obrera. Mención aparte requiere la reina. Es la que marca la pauta, la maestra. Vive en lo alto de la pirámide pero sabe bien que sin el resto no es nadie. Mantiene el equilibrio de la existencia. En esta colmena Anastasio Marcos (Las Mestas, 1945) lleva la corona. No nació en un panal pero podría. En cierta manera vive dentro de uno. En uno de la Extremadura auténtica. Esa que arrastra un pasado de leyenda y de laberintos de tortuga, tal y como definió Buñuel a aquella tierra sin pan que por suerte ya lo tiene.

Es, sin exagerar, el hombre más conocido de Las Hurdes. Digno heredero del primer tío Picho, el patriarca, arrastra su apodo y su fama. En lo segundo ayuda ese aspecto afable a sus más de setenta años, su barba blanquecina y arreglada y un sombrerín típico que le sirve de seña de identidad. El hijo del tío Picho, también tío Picho, se ha convertido en un emblema de Extremadura en el mundo gracias a la miel de sus abejas. «Vara tiene menos entrevistas que él», le lanza alguno mientras señala al hurdano. Esta semana visita la capital y da buena fe de su popularidad con una continua marabunta de amigos y conocidos que se acercan a su estand a saludarle y si cae, a comprarle un tarrito de su oro dulce. Para todos tiene buenas palabras y de todos rescata alguna anécdota. Porque él no olvida. El olvido es la verdadera muerte.

Antes de ser abeja, lo ha sido todo. «No tengo estudios». Comenzó en el campo, más tarde fue panadero pero el negocio del pan le agotó y desde los setenta es apicultor, un oficio que le cambió la vida. Comparte el trono con Esperanza, abeja reina también. Sin ella, tío Picho no es nadie. Su boda fue la más sonada de la época. Se conocieron cuando ella tenía 14 y él 24 aunque no se casaron hasta que ella cumplió los 19. El enlace congregó a 600 invitados en un reducto con apenas 300 habitantes. Ahora solo quedarán 20, el resto son casa rurales. A partir de ahí, se les conoció como los novios de Las Hurdes. Hasta Las hojas del lunes y la tele se hicieron eco. En la luna, también de miel, les recibieron las autoridades, aparecieron en el Directísimo de José María Íñigo y compartieron plató con la mismísima Gina Lollobrigida.

Él se quedó cuando todos se iban. Nació en Las Mestas y en Las Mestas morirá porque tendrá que agradecer a la tierra que se lo ha dado todo. Allí creció con sus 16 hermanos. Ya solo viven ocho. Uno de ellos es el tío Cirilo, aquel hombre que se sacó de la manga la viagra española, el famoso Ciripolen, una bebida que conquistó a los grandes nombres del país y llegó a patrocinar al Rayo Vallecano. Él también es un inventor, su creación se llama Pichín real y lo suyo le costó. «Probé mil fórmulas». Este no es afrodisíaco aunque avisa. «Lleva un poquito de alcohol». Su pueblo es ahora museo de la miel, pero antes han tenido que pasar muchos segundos y alguna que otra lipotimia. Recuerda los inicios. «Sacábamos la miel de los panales y la guardábamos en pellejos, usábamos unos filtros de mimbre que ahora ni pasarían los controles». Ahora el proceso es más complejo, más higiénico y más estricto. Para algo tiene que servir la tecnología. En cualquier caso, insiste en que la naturaleza siempre prima. Habrá que fiarse si lo dice alguien que es capaz de escuchar a las abejas entre el bullicio.

Vaya donde vaya, siempre lleva el campo consigo. Aunque no le haga falta moverse de casa para llegar a todas partes. Quién se lo hubiera dicho. Su miel recorre el mundo, estuvo en la Expo, viajó a la ONU e incluso a la Casa Real. «Un día me llamó la reina Sofía». Miel suya fue también la que protagonizó aquella icónica imagen de la visita real a Las Hurdes en el 98 en la que el emérito fue retratado saboreando uno de sus tarros con los dedos. Lejos queda, por fortuna, aquella comarca que visitara en su día otro rey, Alfonso XIII. Y él ha contribuido para que así fuera. La apicultura le sirvió para ser embajador y para romper aquella historia negra que no olvida. Porque él no olvida. «Había mucha miseria, mi madre me decía que no había nada más doloroso que perder a un hijo de un sarampión, no podemos renegar de eso». Se queda corto en los recuerdos que acumula, en los reconocimientos también. Lo ha conseguido todo aunque no planea jubilarse. La BBC le grabó un reportaje hace semanas. Sigue sin un segundo que perder. Cuerda le queda a su reloj y a su colmena.