TMtediohombre se tomó su café cortado sobre la mesa de la cocina, pero no se acabó la taza. Había empezado un cigarrillo, aunque lo tiró al suelo a la mitad. Salió a la calle, pero cuando estaba ya camino del trabajo se desvió a una esquina a mitad del trayecto. Mediohombre nunca acababa lo que se proponía. Era así. No había nadie que pudiera cambiarlo. Te dejaba a medias.

En la oficina, sus compañeros nunca le encargaban trabajos. Jamás remataba ninguno. Cuando llegaba la hora del almuerzo apenas se terminaba el bocadillo que su mujer amorosamente le había preparado envuelto en plástico transparente.

Nadie le quería, por extravagante. Aparecía siempre en los actos oficiales con media etiqueta cuando lo que pedían era frac. Tenía aficiones muy extrañas. Comenzaba libros, pero nunca pasaba de la página 200 si tenía 400 páginas, por ejemplo.

--¿Eres incapaz de acabar nada?, le gritaba su jefe mientras exhibía un informe perfectamente comenzado por Mediohombre, pero sin las conclusiones que tendría que llevar.

No había acabado la carrera. Se quedó en tercero de Económicas. Esbozaba siempre una media sonrisa y nunca sabías si daba su consentimiento o desaprobaba tus argumentos cuando te escuchaba. Aquella noche volvió a casa después de ver el partido en el bar hasta el intermedio. Había dejado el pitarra a la mitad. Una vez en el dormitorio, se metió en la cama y abrazó a su mujer hasta formar un sólo cuerpo. Refrán: A veces encuentras tu mitad en la intimidad.