Ángel es el Vivero. El Nuevo. O sea, el viejo, porque para los que tienen ojos en la cara está más nuevo el Viejo que el Nuevo. Es igual. Tal cual. Se llama Ángel Cuenda y va por ahí arrastrando un saco de cariños, aunque, al verle con los ojos de no ver, pareciera que lo que arrastra es un saco de balones. Somos facilones. Lo fácil es quererle. No tiene mérito. Ángel es un pedazo de pan en chándal. De la vida que le vive por dentro no tengo noticia, pero de todo lo demás guardo un recuerdo entrañable. Por eso está aquí, entre los fantasmas de la calle Sur; porque se cruzó en mi vida y me enseñó a querer ser mejor.

Ángel no es nadie. Nadie a los ojos de quienes se disputan las migajas desabridas del banquete terrenal. Nadie a los ojos de no ver. Ángel es, más allá de nadie, un hombre bueno; y eso basta para que a su paso llegue el comandante y mande a parar. Basta y sobra. Los hombres buenos desprenden una extraña dulzura. Por ejemplo, Ángel.

Nació un día de 1955, en San Roque, que es como decir que el buen son le viene de cuna. Macha por la gracia de Dios. Uno de diez hermanos. Desde chico trabajando en lo que se tercia. Tengo entendido que fue yesista. Ese fue su oficio, pero nunca dejó de adorar balones. Primero como jugador y luego como entrenador. Siempre en lo más bajo. Con los amigos, con los niños,… Pienso ahora, ¡cuánta suerte tuvieron aquellos que le compartieron! No sé qué aprenderían de fútbol, ni si esa portería que defendía quedó imbatida, pero sé que la gracia de la buena gente es el don divino que él reparte. De esa se llevarían un puñadito.

Ángel estuvo en el Don Bosco. Luego en el Badajoz Industrial. Bueno para todo. De ahí, en 2006, se lo trajo Ambición Blanquinegra al Club Deportivo Badajoz. Ambición, aquella agrupación de forofos que se permitió la pirueta, casi sin medios, de salvarle la vida al equipo. Lo tendrán ustedes leído: lo hicieron porque no sabían que era imposible hacerlo. Desde entonces Ángel ha sido el utillero del Badajoz. Miento,… pero poco. Cuando en 2012 desapareció por decisión judicial el Club Deportivo Badajoz, cuando despreciaron en los juzgados la propuesta de Carlos Uriarte de hacer frente a las deudas, Ángel se pasó a la Unión Deportiva. En realidad se quedó en el Vivero. El Nuevo. El Badajoz refundado se fue al Viejo y allí estuvo un par de años hasta que le devolvieron, mejor dicho, se devolvió a sí mismo, su estadio.

Lo que voy a contar no lo he contado nunca. Le ofrecimos a Ángel seguir en el Badajoz, en el Club Deportivo Badajoz 1905, pero éramos tan pobres que no podíamos pagarle lo poco que le pagaban los otros. Recuerdo esa llamada como si fuera hoy. Me tumbó el alma. Ángel se echó a llorar. Un macha como él, llorando porque no podía seguir al equipo de sus amores. Mandaban las necesidades. Ángel tiene otra familia, la suya, y él es quien la saca adelante. No podíamos pagarle: y, lo que aún era más triste, ni siquiera sabíamos si aquella aventura iba a durar más de una temporada. Terminó la llamada y tuve que tomar aire, sentarme y dejar pasar los pensamientos en oleada. Calibrar cómo la vida te pone al borde de determinados precipicios sin saber el cómo ni el cuándo. Calibrar lo que va de ir al fútbol los domingos a trabajar en el fútbol día y noche, siete días a la semana, para que los tuyos coman. No pude reprocharle nada. Ese día le prometí que volveríamos. Y volvimos. Y Ángel estaba allí. En el Vivero. El Nuevo. Y volvió a su puesto de utillero.

La ropa en las taquillas, inmaculado el vestuario. Sobre el césped el quita y pon de los conos y las picas. Lava que te lava, Angelito vive en el Vivero. Es el guardián del castillo. Es la liturgia de cada día en el estadio. Recibe a los jugadores y a los técnicos. Les despide. Abre y cierra. Y lava. Angelito cuida todos los detalles. Procura que nada falte y que nada moleste. Va y viene. Y lava. Angelito se regala a sí mismo. Cada gesto está bien intencionado. Cada palabra es de cariño. Y todo lo rubrica con una sonrisa. Ríe y llora. Y lava. Subido a su humildad nada le parece mal; primero se entrega y luego se hace las preguntas. Y sigue lavando.

Los domingos los aplausos se los llevan otros, pero a Ángel no le importa. Está allí, en su puesto, esperando órdenes. Con el botellero en estado de revista y la voluntad presta. Ángel mete goles de cariño. Y va, ¡vive Dios!, camino de pichichi.