El final de los tres días de vacaciones del Primero de Mayo trajo la noticia del suicidio en Nanjing, la capital provincial de Jiangsu, de dos adolescentes, de 13 y 15 años, porque no habían completado sus deberes. Los suicidios no son raros entre los estudiantes chinos, sometidos a una presión y a una competitividad extremas. Hace años que los sociólogos piden la reforma de un sistema que exige un precio alto para sus innegables logros. China es el único país en vías de desarrollo con un 99% de alfabetización juvenil.

Miles de estudiosos de todo el país se examinaban cada año durante la época imperial en el pequinés Templo de Confucio para entrar en el selecto cuerpo funcionarial. Los rotundos cambios de China en las últimas décadas no han alterado la relevancia social de la educación. En el anterior Comité Permanente, el mayor órgano del Gobierno, 19 de sus 25 miembros tenían formación científica.

El sistema meritocrático descansa en un filtrado que empieza en el colegio y encauza a los mejores a las más prestigiosas universidades, siempre públicas.

La educación es un ámbito extrañamente limpio en el contexto de corrupción social. Es gratuita en amplios tramos y las universidades públicas dan becas. El porcentaje de campesinos presentados al gaokao o selectividad subió del 47 % en 2001 al 61 % en 2010. Los ricos deben matricular a sus hijos mediocres en universidades privadas sin pedigrí o enviarlos al extranjero.

HORAS DE CLASE Por el contrario, los títulos de los centros de Tsinghua o Beida son salvoconductos para una vida mejor: en China el trabajo físico no cualificado conlleva condiciones propias del Manchester industrial del siglo XIX.

La cruz del sistema es la exigencia impuesta a los estudiantes, que alcanza su cúspide en el gaokao. Tres de cada cuatro encuestados reconocían sufrir una presión muy alta el pasado año. Los estudiantes chinos pasan una media de 8,6 horas diarias en clase, aunque algunos alcanzan las 12, según una encuesta del Centro de Juventud de China. A esas se suman los trabajos extraescolares. No es raro en el contexto asiático, donde japoneses y surcoreanos comparten disciplina, competitividad y jornadas maratonianas. Pero la situación del joven chino se agrava con la política del hijo único que coloca todas las expectativas en un solo cesto. A eso se suma el estado embrionario del sistema de pensiones. Por eso, los ahorros familiares se destinan a la educación del hijo con la esperanza de que fructifiquen en un buen trabajo y en el sustento futuro.

Tampoco el carácter de los jóvenes chinos crecidos en la opulencia está tan endurecido por la adversidad como el de sus padres y abuelos, quienes sufrieron décadas de privaciones. La empresa no es fácil: el pasado año hubo nueve millones de solicitantes para siete millones de plazas universitarias.

Algunos se rinden. Los casos más extremos coinciden con el gaokao, instaurado en los años 80 para asegurar la justicia del sistema por Deng Xiaoping, arquitecto de la apertura. Se lee sobre suicidios, asesinatos de competidores y artilugios para copiar en exámenes que servirían a James Bond. El pasado año circularon las fotos de decenas de estudiantes con cables que trepaban hasta el techo: estaban recibiendo aminoácidos por vía intravenosa para rendir mejor en una sesión nocturna de estudio.

CALLES CERRADAS Es habitual que durante el gaokao se cierren al tráfico las calles cercanas a los centros para preservar el silencio. En Haidian, distrito universitario de Pekín, reciben mensajes de texto recordándoles que no deben gritar ni tocar la bocina del coche. La Escuela Superior Número 4, la más prestigiosa de la capital, dispone de un equipo de psicólogos.

Los sociólogos piden un ecosistema educativo menos hostil. Ya hay reformas importantes hacia un mayor foco en la iniciativa personal en contraste a la memorización mecánica tradicional. Los estudiantes de Shanghái encabezaron la clasificación del informe PISA del 2010 en las tres categorías: matemáticas, ciencia y comprensión lectora.