TAtllí estaba siempre, o así me lo parecía. Una gran A rodeada de ondulantes círculos en el Atlántico, más allá de Portugal, reinando sobre el océano infinito, sobre las Azores. Estaba ahí, regulando con sus cambios de posición los periodos secos y lluviosos. Más lejos o más cerca, dejando que nos llegaran las nubes con su cargamento de agua o desviándolas hacia latitudes más altas. Nunca se me ocurrió que la gran A desapareciera del mapa. Pero lo cierto es que ahora no está y la echo de menos, como a una madre de vientre cálido. La quiero ver de nuevo. Su sola presencia en la pantalla del televisor, anunciando altas presiones, me calienta los huesos.

Resulta que es cosa conocida por especialistas y aficionados que el anticiclón se marcha de vez en cuando. Yo no lo sabía, y si en algún momento lo supe lo había olvidado. Por eso, porque me extrañaba tanta agua seguida y porque ya no veía la A con sus círculos ondulantes, he preguntado a un experto. Resulta que, a veces, desaparece, pero este año, su escapada está siendo fastidiosamente prolongada. Unas largas vacaciones que nos tienen empapados. Los ingleses estarán contentos. Normalmente el anticiclón, al desviarlas, hace que les lleguen todas las borrascas, pero este año tienen más sol y menos agua que nunca, y por contra nosotros estamos ya oliendo a moho. En casa cuando entro, a pesar de haber abierto las ventanas por la mañana, detecto un cierto tufillo a humedad y, el otro día, una profesora me dijo que habían encontrado una rana en la fachada del colegio, una rana verde y gorda, y hubo entre la chiquillería gran algarabía para atraparla.

Dice el experto que tiene que ver con la circulación general atmosférica que afecta a todo el hemisferio norte. Lo que sea, pero que vuelva, que las ranas están protegidas y no podemos ir por ahí cazándolas.