TUtn escritor no puede permitirse el lujo de ser indisciplinado; necesita ciertas pautas que le ayuden a estructurar y desarrollar las ideas. Siguiendo este precepto, lo primero que hace K. cada mañana es ducharse, desayunar y sentarse a escribir. Siempre en ese orden. Pero resulta que el pasado sábado, a saber por qué --quizá capricho de las casquivanas musas--, se saltó el régimen y comenzó a escribir su artículo de prensa semanal sin pasar previamente por la ducha y el desayuno. Cuando se percató del error, ya había redactado el texto. ¡Menudo despiste! Además de disciplinado, K. es supersticioso, muy supersticioso. Definitivamente, aquello tenía mal fario. ¿Qué hacer? El primer impulso fue comportarse como si nada hubiera ocurrido. Podría darse una ducha, desayunar y luego marcharse a hacer la compra en el supermercado. Al fin y al cabo, las normas están para saltárselas. O eso dicen. Pero no, él quería ser fiel a sus rutinas. Decidió finalmente que lo mejor sería eliminar el artículo (eso sí, después de memorizarlo desde la primera palabra hasta la última). Como su memoria no era muy buena, le llevó al menos una hora y media conseguirlo. Acto seguido, se acostó con la esperanza de dormirse para así poder rehacer el día como Dios manda, es decir: levantarse (aunque fuera a las cuatro de la tarde), ducharse, desayunar y sentarse a escribir. ¡Eso es! Pero de repente sintió angustia. ¿Qué ocurriría si al despertar no recordaba una sola palabra del artículo, casualmente uno de los mejores que había escrito en los últimos meses? Pero K. tuvo suerte y cuando despertó el dinosaurio todavía estaba allí.