A finales de septiembre, con el curso escolar recién comenzado, el cardenal Antonio María Rouco llenó la iglesia madrileña de la Concepción del barrio de Salamanca, para alertar a la feligresía de "un problema grave" frente al que no caben las "actitudes pragmáticas": la nueva asignatura de Educación para la Ciudadanía. Su presentación corrió a cargo de un catedrático exalto cargo del Gobierno Aznar, José Raga, quien dijo de Rouco que era "lo máximo" a lo que lo diócesis de Madrid podía aspirar. Raga hizo un prolijo repaso de su vida y milagros en el que subrayó que los obispos le habían hecho su presidente, pero en ningún momento mencionó que llevaba más de dos años fuera del cargo.

El cardenal de Madrid, gallego de 71 años, dejó la presidencia de la asamblea de obispos, pero no la comisión ejecutiva donde se toman muchas decisiones de calado, como la renovación del contrato del locutor estrella de la COPE, Federico Jiménez Losantos. Tampoco se ha ausentado de la secretaría general del episcopado, donde dos años antes de marcharse situó a un discípulo aventajado que, más que actuar de portavoz del ganador de las últimas elecciones, que no fue otro que Blázquez, se ha dedicado a menudo a destilar con brillantez el pensamiento de Rouco. El cardenal de Madrid, en agradecimiento de los servicios prestados, logró hace poco que Juan Antonio Martínez Camino obtuviera una recompensa del Vaticano, que le nombró obispo auxiliar de Madrid.

Hoy por hoy las opiniones de Rouco son tenidas en el Vaticano por las del representante más cualificado de la Iglesia española. Rouco es el hombre del Papa alemán en España, entre otras razones porque se formó como teólogo en Alemania y porque lleva años ocupando un puesto clave en la curia. Desde su posición en la Congregación para los Obispos otorga los nihil obstat de los nombramientos de prelados para las diócesis españolas, a las que trata de encumbrar a los más afines: uno de los últimos ha sido un sobrino, ahora obispo de Lugo.

Pero Rouco, a pesar de sus planteamientos duros, incluso radicales, de haber ido de bracete del PP mientras este estuvo en el Gobierno y de barrer siempre que puede para casa, o tal vez por todo ello, atesora valiosos apoyos entre el episcopado, que también aprecia su talla intelectual. Y hasta ahora no ha dado a entender que renuncie a competir de nuevo por la presidencia que ya ocupó seis años, entre 1999 y el 2005. Así que, si plantea batalla y logra movilizar a los suyos, Blázquez tiene las de perder.

El cardenal de Madrid fue el inspirador de la concentración a favor de la familia celebrada el 30 de diciembre en Madrid que sublevó al Gobierno. Allí dijo haber constatado que el ordenamiento jurídico español ha dado marcha atrás respecto a lo establecido hace 60 años en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas. También es el primer valedor de los que a diario vulneran el ideario de la emisora de los obispos.

Rouco no necesita gobernar el episcopado, ni al Vaticano le vale ahora que lo haga. Su puesto en Roma y el férreo control que ejerce sobre la poderosa diócesis de Madrid le garantizan una notable influencia. Ahora bien, puede que un sector del episcopado, deseoso de romper la cuerda con el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, le llame para encabezar la ofensiva. Y él no quiera resistirse. Está por ver.