La consejera de Igualdad y Empleo tiene la consejería a medio gas por culpa de la falta de empleo y la imposibilidad de conseguirlo, de modo que estos días atrás y, alentada por nuestro animoso presidente, trazó un plan de emergencia, sabedora de las ansias solidarias que adornan a la población de Extremadura. Cierto es. Somos solidarios, sobre todo de solidaridad pachanguera y de escenario. Porque eso de traerte al negrito caribeño y pasearlo por el Mercadona y la plaza tiene su cosa. Imagínate explicando a los vecinos tu versión particular de la catástrofe con la propia víctima al lado: la suerte de este niñito, que es un sol, parece mentira, con lo que habrá tenido que ver el pobrecillo, y la miseria que ha vivido, no te haces una idea, Pruden, si venía que era una lástima, el muchacho encogido. Y míralo ahora, cómo sonríe, y todo en un par de semanas, ¿eh?, que es que ya no parece ni el mismo, y hay que ver cómo le gusta el jamón --mientras, el niño paciente, aguantando, soñando con el día en que se quite a semejante pesada de encima y, como aquellos niños hartos de ser centro de atención de la riada del 97, deje de ser un afectado y pueda volver a Puerto Príncipe a jugar o a lo que sea, pero allí--. Como era de esperar, las familias extremeñas acudieron al reclamo y, como dijo ella, los teléfonos al borde del colapso. Menos mal que el desatino solo duró un día. La legislación y los organismos internacionales fueron tajantes: "Cualquier acción que tiene como objetivo adoptar o evacuar hacia otro país a los niños víctimas del terremoto debe ser absolutamente evitada". Y fin de los sueños con los negritos. Señora consejera: ¿qué tal si volvemos al empleo?