Los archivos secretos de los pontífices católicos abarcan mil años de historia. Desde que León XIII, un adelantado a su tiempo, los abrió a los historiadores a finales del XIX, ese material se ha convertido en una valiosa fuente para comprender el pasado. Desde hace 10 días, los investigadores pueden rebuscar en el periodo sobre la guerra civil española.

La inmersión, por parte de los historiadores españoles, en el archivo secreto de Pío XI, a la captura de nuevas revelaciones sobre la relación del Vaticano con los dirigentes de la II República y de la sublevación militar, ha comenzado a dar sus frutos. No harán reescribir la historia, pero habrá que enmendarla. Uno de los investigadores de referencia de este periodo convulso de la historia, el monje de Montserrat Hilari Raguer, acaba de descubrir que la Santa Sede y el Gobierno republicano todavía mantenían relaciones en agosto de 1937, un año después de que se desencadenará la guerra.

Esta circunstancia estuvo a punto de arruinar el primer encuentro entre el general y el arzobispo Ildebrando Antoniutti, el primer representante personal que el Papa envió a la España nacional con la intención de que se convirtiera en el nuevo nuncio (embajador) del Vaticano.

INTERCEDER ANTE FRANCO No es ese el único descubrimiento. También ha sabido que la jerarquía católica intercedió ante Franco por uno de los dirigentes del Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), Joaquín Maurín, que no solo no fue ajusticiado por los franquistas sino que pudo salir al exilio en 1946. Y que los servicios de información militar de los sublevados daban por vivo al obispo de Barcelona, Manuel Irurita, en 1937, meses después de que, según la versión oficiosa de la Iglesia, fuera eliminado por anarquistas.

A finales de julio de 1937, Antoniutti, se plantó en Hendaya para ser llevado hasta Salamanca, donde se había establecido el Gobierno nacional, mientras el Ejecutivo republicano permanecía en Valencia. La policía franquista de fronteras, sin embargo, le denegó la entrada. Se había especulado hasta ahora que ello era atribuible a que los sublevados esperaban a que el representante del Papa estuviera investido de un cargo más relevante. Las gestiones del secretario del cardenal Isidro Gomá, el hombre fuerte de la Iglesia española en aquel momento, salvaron in extremis la situación y Antoniutti logró franquear la aduana. Hasta ahí lo sabido.

El informe que el enviado del Papa hizo llegar a la Secretaria de Estado del Vaticano, que ahora ha visto la luz, desvela que el motivo de que le cerrasen el paso en Hendaya fue que "el Vaticano mantenía relaciones con el Gobierno de Valencia", según explicó ayer Raguer a este diario. Así se lo comunicaron en la frontera a Antoniutti, añadiendo que se trataba de una indicación precisa que provenía del Gobierno de Franco. Y así lo dejó escrito.

La correspondencia entre Antoniutti y sus superiores airea las gestiones realizadas para conseguir la liberación de Joaquín Maurín, el diputado del Frente Popular y dirigente del POUM que fue detenido por los franquistas al comienzo de la guerra en Jaca. Maurín salvó la piel --"por mucho menos se fusilaba a la gente", apostilla Raguer--, fue sometido a un consejo de guerra en 1944 que le condenó a 30 años de reclusión y, en 1946, pudo marcharse a Nueva York, donde murió en 1973. El concurso de un pariente, el cura castrense Ramón Iglesias Navarri, que llegaría a ser obispo de la Seu d´´Urgell, que acudió a pedir clemencia a Franco, acabó siendo determinante.

EL OBISPO IRURITA El obispo Manuel Irurita, cuya causa de beatificación fue promovida hace algún tiempo por el arzobispado de Barcelona sin que hasta ahora haya llegado a prosperar, aparece igualmente en los primeros papeles del legado de Pío XI que han podido ser revisados. El archivo secreto del cardenal Federico Tedeschini, que fue el último nuncio de la Santa Sede acreditado ante el Gobierno de la República, guardaba una confesión de Franco en la que admite, en julio de 1937, que esta trabajando en la liberación del obispo Irurita y que pretende canjearlo por un político socialista. La Iglesia lo da por muerto en el 1936 y han aparecido testimonios de que fue visto en 1939.

Raguer dio ayer con una nueva evidencia de la fobia que la mayor parte de la jerarquía eclesiástica profesaba por los nacionalismos périfericos. Un escrito de Tedeschini fechado poco después de la revolución de Asturias de octubre de 1934 responsabiliza de lo ocurrido, "en términos muy duros", según el estudioso, a los catalanes.

Otro de los documentos manejados por Raguer se refiere a los agitadores monárquicos como elementos que por entonces obstaculizaban la concordia y habla de su "importunidad e inoportunidad", en referencia a su desfachatez a la hora de acudir al Vaticano y a la agresividad de sus planteamientos.