TEtl Tour es terapéutico. Cuando ganaba Induráin tenía efectos euforizantes. Desde que los españoles quedan terceros, actúa como balsámico. Tardes gloriosas de Tour y siesta. Pedalear hipnotizador de los ciclistas, bamboleo pendular sobre el sillín, paisajes idílicos, rotondas adormecedoras, pueblecitos de cuento y un sopor que poco a poco te puede y te derrota. El Tour en Extremadura es el preludio urbano de las siestas rurales de agosto. A la espera de la alcoba abovedada con paredes de un metro de espesor, el extremeño urbanita supera julio sin menoscabo gracias a la electrónica: el canal digital con seis horas diarias de Tour y el aire acondicionado de tres velocidades. El extremeño ve el Tiempo y se relaja con las isobaras, después conecta con el pedaleo y se queda sopa. Al llegar el esprint, los gritos de Perico Delgado actúan como despertador. A continuación, un café con hielo, unas compras en el centro comercial, unas cañas en la terraza del barrio y a esperar la etapa del día siguiente.

Con Induráin era más cansado porque con la emoción sólo te permitías echar cabezaditas. Con Armstrong se sestea mejor y el mes de julio resulta más relajado. Luego, en agosto, la cosa cambia: esas siestas abovedadas hasta que llegan las cabras y te despiertan con sus esquilas, esas tertulias a la puerta de casa, las noches en el patio junto al pozo, entre pilistras y geranios. Pueblo y ciudad, la alcoba fresca y el aire Mitsubishi , la terraza del barrio y el velador con claveles, el Armstrong y las cabras... Extremadura, la síntesis.

*Periodista