Pasaban 20 minutos de la medianoche. Las patrullas de la Guardia Urbana y de los Mossos d´Esquadra estaban en alerta. Había que localizar como fuera al asesino de Alí Akbar, un joven de 18 años hijo del dueño de un supermercado en la calle de Sant Pere Més Alt, en Barcelona, que había recibido un tiro en la frente cuando intentaba resistirse a un atraco. Los testigos habían proporcionado una descripción del homicida que se comunicó a todos los agentes. De repente, un hombre se acercó a dos guardias urbanos en la plaza de las Drassanes. El individuo les pidió ver a un jefe policial. Los agentes nada más verle cayeron en la cuenta de que su imagen respondía con la descripción que tenían del atracador.

Los urbanos comenzaron a hacerle preguntas. El tipo les confesó que había sido él quien había matado al joven paquistaní y que tenía el arma homicida en su vehículo.

Aunque pocas cosas sorprenden a un policía que patrulla en Barcelona, lo que presenciaron el sábado desconcertó a aquellos agentes. Para empezar, porque en el coche, de matrícula francesa, hallaron no solo la pistola del crimen, si no también una sillita de bebé en el asiento de atrás. Para explicar lo sucedido en la tienda, el detenido señaló que no esperaba que el se intentara defender del atraco y que por eso le disparó. También señaló que la pistola era "antigua" y que hacía mucho tiempo que la tenía.

Fuentes cercanas a la investigación explicaron que el homicida, un hombre pelirrojo, tenía un aspecto inofensivo. El asesino además acababa de venir de París. Esas fuentes señalaron que había viajado el mismo viernes a Barcelona después de una violenta pelea con su esposa.