TLta maldad humana no tiene límites. Somos crueles dejando que nuestros congéneres mueran de hambre por millones, encarcelando sin juicio, lapidando, masacrando en acciones de alarde de fuerza, utilizando niños para la guerra, para el trabajo y para el disfrute sexual, y un sinfín de salvajadas que tratan de justificarse bajo distintos mantos. Unos hablan del honor familiar, otros del derecho a la defensa de sus ciudadanos o territorios y otros de preceptos religiosos o incluso de Dios. Son puras máscaras para ocultar la maldad que esconden muchas veces, demasiadas, los corazones. Y cuando todo esto ocurre, cuando vivimos rodeados de cientos de horrores permitidos y aceptados, me ha asqueado el escándalo que algunos han montado porque la familia de una chica, en coma desde hacía diecisiete años, quería que dejara la cama y reposara donde hacía tiempo que debía reposar, en el sueño de la muerte dejando el limbo sin retorno en el que estaba sumida en vida.

No comprendo cómo, por un lado, se tiene estómago para aguantar tanta iniquidad diaria en el mundo y, por otro, se rasguen vestiduras porque se quiere dejar volar un espíritu atrapado. Me parecen sepulcros blanqueados que hacen profesión de una ética torcida a costa del dolor de los familiares; hipócritas que gustan hacer relumbrar los fuegos de artificio de su ser implacable tirando con la pólvora del padecimiento ajeno.

Me alegré cuando llegaron tarde quienes pretendían detener la decisión de la justicia. Está claro que me molesta Berlusconi y los que apoyan a este presidente que lo mismo se dedica a bromear con las violaciones que emprende una cruzada para detener el vuelo de una mujer en estado vegetativo. Me asquea y me revienta.