En la noche del sábado fui reconvenido en una reunión de amigos por no saber que García Berlanga había muerto. "¿Y cuándo ha muerto?", pregunté afligido, no solo por la noticia del fallecimiento sino también por ser ajusticiado en público. "¡Ha muerto esta mañana! ¿Es que no escuchas la radio?", me acosó una voz.

Mientras llegaba la ayuda de mi abogado, farfullé en mi defensa que había dedicado el día a asuntos propios. No mentía. Los ejercicios de estiramiento, la lectura de una larga novela de Ivo Andri ?, un largo paseo y una --también larga-- siesta habían robado todo mi tiempo. Entono el mea culpa : por un día decidí darle prioridad a mis insignificantes actividades cotidianas en lugar de poner la lupa en el ancho mundo. Que los dioses se apiaden de este pecador.

Conste que soy el primer adicto a la información. La radio, la televisión, internet o los chascarrillos de la corrala me parecen vías magníficas de estar conectado . No obstante, recelo un poco de estos tiempos agresivos en los que la información está pasando de ser un derecho para convertirse en una religión. En determinados sectores prevalece la sutil consigna del ´dime de qué estás informado y te diré quién eres´. El resultado es una sociedad que ha de estar al tanto --por igual-- de los actos de represión del gobierno marroquí contra el pueblo saharaui como de la última memez de Belén Esteban .

Pese a mi fidelidad a los medios de información, me siento rebeldemente feliz de llegar tarde a determinadas noticias. Eso quiere decir que al menos durante un rato me he permitido el lujo de ignorar los grandes sucesos para vivir mi pequeña vida.