Dos provincias del este de China emiten cada año 7.000 toneladas de más de CFC-11, una de las sustancias responsables del agujero en la capa de ozono. Estas emisiones explican en buena parte por qué estas sustancias, que están totalmente prohibidas desde el 2010, no se han reducido en la atmósfera al ritmo previsto, sino más lentamente. Así lo revela un estudio que se publicó la semana pasada la revista Nature.

La completa restauración de la capa de ozono, prevista para mediados de este siglo, podría demorarse más si estas emisiones ilegales no se atajan. Además, el CFC-11 también contribuye al calentamiento climático. El exceso de emisiones detectado en China es igual al CO2 de Londres en todo un año.

«Es un resultado indiscutible. Es una clara violación del protocolo de Montreal [Canadá]», afirma Susan Strahan, investigadora de la University Space Research Association de Estados Unidos, institución que no ha participado en el estudio. «La dimensión de las emisiones no implica un peligro inminente. Pero que un país viole el único tratado exitoso de reducción de emisiones es preocupante», observa Andreas Stohl, del Instituto Noruego de Investigación del Aire, tampoco implicado en el informe.

El CFC-11 es uno de los tres clorofluorocarbonos (CFC) que reducen la presencia de ozono en la atmósfera. En consecuencia, los rayos ultravioletas del sol penetran más, afectando a la salud de personas y animales. Los CFC se empleaban en aparatos de refrigeración y espráis. En 1987, varios países acordaron en Montreal su progresiva eliminación. Desde el 2010, ningún país debería haberlos producido.

Desde entonces, la concentración de CFC en la atmósfera se ha reducido, aunque estas sustancias tardan 50 años en desaparecer. Muchas de ellas aún sigue presentes siguen en viejos frigoríficos o aislantes térmicos de edificios, por lo que sigue habiendo focos de emisiones.

«Cuando el viento llega hasta los detectores desde una zona industrializada, estos miden unos picos de CFC. Sin embargo, la dimensión de estos picos es cada vez más pequeña», explica Matt Rigby, investigador de la Universidad de Bristol y coautor del trabajo.

Hace un año, un equipo internacional de científicos del cual Rigby forma parte detectó una excepción. A partir del 2012, los picos de CFC-11 se hacían cada vez más grandes cuando el viento llegaba a un detecto reemplazado en África. Los científicos observaron también que a partir del 2012, la reducción global de CFC se había ralentizado. Lo más probable era que alguien estuviera empleando la sustancia prohibida.

En el nuevo trabajo, el equipo ha conseguido localizar de dónde viene el problema. Los científicos han analizado datos de dos observatorios en Corea del Sur y Japón y los han cruzado con modelos meteorológicos. Ello les ha permitido identificar la fuente en las provincias de Shandong y Hebei, en el este de China. Y estimar la cantidad en 7.000 toneladas al año, entre el 2014 y el 2017, por encima de las emisiones normales registradas entre el 2008 y el 2012. La cifra representa el doble de las emisiones normales de China.

No se sabe qué actividades generan estas emisiones, pero un informe de la oenegé Environment Investigation Agency detectó que en esas provincias muchos productores estaban empleando CFC-11 para fabricar espumas aislantes.

¿Otras ciudades?

¿Qué se sabe del incremento deCFC-11 que no procede de este sitio? «Desafortunadamente no tenemos medidas en India, África o América del Sur. Podría haber emisiones en otras partes de China o del mundo», afirma Rigby en otro momento.

«Todos los implicados, incluyendo China, están tomando medidas. Dada la magnitud de las emisiones, todos son conscientes de la urgencia», asegura Joyce Msuya, directora ejecutiva adjunta del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, responsable de controlar el protocolo de Montreal. Fuentes de la entidad aseguran que se abordará en próximas reuniones a celebrar en julio y noviembre.