TDturante dos años compartí piso con mi amigo Rogelio. Se trataba de un joven estudiante de Derecho que fumaba en pipa y gastaba visera de buen paño y gesto serio. Sólo cuando se emborrachaba hacía concesiones a la ironía. Rogelio era hijo de un importante empresario de pompas fúnebres de la provincia de León y hoy ejerce, tan severo como entonces, de magistrado en una audiencia andaluza. Supongo que al salir del juzgado ya no se comportará como en su juventud, cuando su padre le encargó trasladar por la noche un cadáver a Mansilla de las Mulas y él, antes de partir, se pasó por la discoteca a tomarse unas copas y dejó en la puerta el furgón funerario con féretro y cuerpo presente incluidos.

Aquí en Extremadura no se sabe de ningún funerario tan irreverente, pero en los años 40 sucedió un caso célebre. Entonces, los autobuses de línea llevaban en la baca lo mismo una jaula con gallinas que un jergón de lana. En cierta ocasión, una funeraria cacereña envió un ataúd a Alcuéscar y, lógicamente, se colocó en la baca, lugar adonde se subían los viajeros cuando se llenaba el primer piso. El caso es que comenzó a llover, un pasajero se refugió en la caja mortuoria y se durmió. En Casas de don Antonio subió más personal y varios paisanos se acomodaron en la baca. Viajaban tranquilamente cuando de pronto se abrió el sarcógafo y asomó la cara del difunto , que preguntó somnoliento si había dejado de llover. Cuentan las crónicas que los paisanos de las Casas se lanzaron del autobús en marcha y aún están corriendo por la 630.