¿Alguien puede creerse que un atracador robe con unos calzoncillos en la cabeza? Pues es rigurosamente cierto. En los archivos del grupo de sirlas --robos con intimidación-- del Cuerpo Nacional de Policía de Barcelona existen decenas de diligencias que parecen sacadas del guión de una película cómica. Pero son casos reales narrados por el inspector jefe de la policía Benjamín Blanco y en los que se ha omitido los nombres de sus protagonistas.

El que utilizó los calzoncillos de algodón blanco como capucha para no ser identificado por las cámaras del cajero, aún tuvo la destreza de hacer dos agujeritos con la punta de un cigarro para ver mejor. En cambio, quién poco pudo agujerear fue aquel que el verano pasado, de madrugada, asaltó a dos chicas en el Parael. Amenazadas con una navaja, el atracador las obligó a acercarse hasta un cajero. Precavido, antes de entrar, quiso evitar ser grabado y reconocido por las cámaras de la entidad. Miró a una de las dos jóvenes y le espetó: "¡Dame tus bragas!". Y se las enfundó en la cabeza. Con las prisas ni se dio cuenta de que aquella prenda era un tanga que le dejaba medio rostro al descubierto.

Tras saquear las tarjetas, quiso paliar las carencias de tela del tanga y exigió las bragas de la otra chica, quién, para fortuna del atracador, llevaba una de aquellas prendas de toda la vida, que tapan todo lo que tienen que ocultar. Por lo menos, no tuvo la mala idea de otro, que se puso una bolsa de plástico en la cabeza y la cerró tanto que casi se ahoga. Vaya, que se desvaneció.

A otro atracador le pagaron con su misma moneda. Ocurrió en un cajero de Esplugues. Aprovechó que una señora sacaba dinero sin echar el pestillo y se coló. Le arrebató 300 euros. Cuando el delincuente salía del banco se topó con un hombre que le mostró una navaja. "Venga hombre, que acabo de salir de la Modelo", le rogó la nueva víctima. "Sí, pero mi navaja es más grande. Dame la pasta y calla".

También los hay despistados. Como aquel que atracó en una tienda de animales de Poblenou. En una mano llevaba una navaja y en la otra una carpeta que olvidó sobre el mostrador. Junto a unas radiografías de la rodilla del delincuente, los investigadores encontraron una fotografía del hombre, abrazado a su perro.

Y el desorientado. Un jovenzuelo dió un tirón, agarró el bolso de una mujer y salió a la carrera, con su víctima pisándole los talones al grito de "¡Al ladrón, al ladrón!" Se resguardó en el primer portal que encontró. Se enteró de que era la comisaría de policía cuando lo detuvieron.