Los miles de viajeros que anoche aguardaban noticias sobre la suerte de sus vacaciones en el aeropuerto de Madrid-Barajas se comportaban con un temple digno de mejores causas. El estado de ánimo era de resignación y confusión. Ni siquiera sabían a quién culpar de la situación. "Primero nos han dicho que no sabían por qué. Luego un policía nos ha dicho que quizá había una bomba y la gente se ha puesto bastante nerviosa. Luego nos han recomendado que habláramos con nuestras compañías pero que era culpa de los trabajadores de Aena que paraban en protesta por la privatización de la empresa", comentaba Adela Rojas, antes de que alguien le aclarase que el cierre de la instalación se debía al absentismo de los controladores. "Ya me imaginaba yo que esta gentuza tenía algo que ver. Lo que hay que hacer es mandarles a su casa con el salario mínimo y militarizar el servicio", afirmaba indignada.

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Adela iba a viajar con su familia a Amsterdam y estaba furiosa porque no quedaban más plazas libres y por tanto se quedaba sin vacaciones. No era la única que exigía al Gobierno la intervención del Ejercito. Otra viajera, María José, pedía lo mismo y solicitaba que los inspectores infractores fueran despedidos. Entre insultos al colectivo, reclamaba: "Si no quieren trabajar, que les abran expediente y a la calle". María José se quejaba especialmente de que no hubieran convocado el paro. Ella es profesora y se preguntaba qué pensarían los controladores si un buen día ella decidiera dejar a sus hijos solos en clase porque le hubiesen rebajado el sueldo.

Los viajeros coincidían en sus reproches hacia el colectivo de controladores tanto por sus formas -al levantarse de su puesto de trabajo o simplemente no acudir sin avisar previamente- como por el fondo de los motivos del paro encubierto. La mayoría desconocía qué había aprobado exactamente el Gobierno, pero saben que los controladores "ganan una burrada" y "están chantajeando al país" para continuar con sus privilegios.

En Barcelona, hacia las nueve de la noche la zona de salidas de la terminal estrella de El Prat, la T-1, era un hormiguero de gente pegada al teléfono que dudaba entre seguir aguantando el tipo estoicamente una horas más a la espera de un milagro o irse a casa. Sandra Moreu, Cristian Camí y la pequeña Carla, de tres meses, maquinaban ir a la Cerdanya a esquiar. "Nos han dado un número de teléfono para recolocarnos en otro vuelo de Swis pero no hay forma, comunican constantemente".

Otros tuvieron peor suerte y no sabían cómo recuperar el equipaje. La paralización de los vuelos les llegó cuando ya habían facturado.