TEtn la muy noble y heroica historia de la abolición de la esclavitud encontramos idealistas, hombres de fe, ilustrados convencidos de la igualdad de la raza humana... y gente que hacía números. El esclavismo desapareció, entre otras cosas, porque no era rentable. Al esclavo primero hay que comprarlo, lo que supone una inversión potente. Después hay que mantenerlo vivo (cursos de capacitación, medicamentos, alimentación) y en tercer lugar necesitas contratar a mucha gente para motivarlo a latigazos e impedir que se escape.

Cuando el capitalismo empezó a consolidarse y a demostrar sus prodigiosas capacidades, se vio que la figura del asalariado era muchísimo más eficiente. Si se muere o enferma ya no es problema del amo, que siempre puede sustituirlo por otro sin coste alguno. No es necesario ir hasta la selva para conseguir uno. Los trabajadores, impulsados por el hambre, vienen solitos a trabajar y ellos solos se vigilan y motivan. El beneficio era evidente.

En 1914, Henry Ford descubrió que si pagaba cinco dólares al día a sus trabajadores (el doble que sus competidores) a cambio de que comprasen sus propios coches, el trabajador mutaba en consumidor y los beneficios se doblaban. En la plantación, el esclavo trabajaba por obligación; en la fábrica, por necesidad. Así que con procurar que siempre hubiese paro, hambre o necesidades por cubrir, el asalariado iría solito y agradecido a producir. Dijo Destutt de Tracy: "Las naciones pobres son aquellas en las que el pueblo vive con comodidad; las naciones ricas son aquellas en las que, por lo regular, vive en la estrechez".

Durante un tiempo, se creyó que la sociedad de consumo había superado este panorama dickensiano. La gente seguía trabajando para cubrir necesidades, pero estas ya no eran las básicas: coches, viajes, ropa y, sobre todo, la realización profesional. Aunque nuestros trabajos, repetitivos y deshumanizados, no eran tan diferentes de los de los siervos. Marcuse, en su El hombre unidimensional , escribió: "Los esclavos de la sociedad industrial desarrollada son esclavos sublimados, pero son esclavos, porque la esclavitud está determinada no por la obediencia, ni por la rudeza del trabajo, sino por el estatus de instrumento y la reducción del hombre al estado de cosa". No olvidemos que los romanos llamaban al esclavo instrumentum vocal ; es decir, herramienta que habla. Muchos de ustedes, lamentablemente, se habrán sentido así en su trabajo alguna vez. Volvamos a Henry Ford cuando, con total sinceridad, dijo: "Yo no necesito personas, solo un par de brazos".

En muchas circunstancias, podemos hablar de un esclavismo asalariado. Una versión más sofisticada, eso sí. En lugar de grilletes hay hipoteca, el látigo se ha sustituido por la amenaza permanente del ERE y la obligación del amo de mantener vivo al esclavo por la privatización de la sanidad. Pero, de unos años a esta parte, aquellos señores que hacían números y que sentenciaron al esclavismo por caro, parece que han visto que igual su entierro fue prematuro. Un trabajador occidental cuesta mucha pasta. Y más si lo comparamos con el chino. Así que hace ya algunos años que asistimos a un proceso de reesclavización del trabajador desarrollado que nosotros, a fuer de ser finos, llamamos precarización.

Los primeros casos

Los primeros casos documentados de esclavitud en Mesopotamia, por ejemplo, eran por deudas. Ante el impago, la familia se ponía a trabajar para el acreedor renunciando a sus derechos. Hoy, de manera más elegante y con publicidad televisiva, la situación se le asemeja. Cuántas familias trabajan (y sus hijos también lo harán) para pagar hipotecas descomunales. Si quitamos el dinero necesario para la propia supervivencia, podemos decir que muchos salarios van íntegramente a los bancos, que se sientan en el porche a ver trabajar a su clientela cautiva. Otra semejanza es la restricción de movimientos. Como los antiguos esclavos, el trabajador precario está atado al lugar de su hipoteca.

Un trabajo sin derechos es un trabajo esclavo. Así que cada reforma laboral que limita, restringe o suprime derechos laborales nos acerca hacia ese ya visible paraíso del nuevo capitalismo de inspiración china. Un sistema que amenaza al trabajador con derechos con el trabajador desesperado, al cualificado con el becario, al pobre con el miserable. Eléazar Mauvillon destacó los mecanismos inapelables para que una sociedad se deslice hacia la esclavitud: "En cualquier tipo de ocupación, el trabajo esclavo expulsa al libre, de forma tal que hasta es difícil encontrar trabajadores para los grados más elevados de una actividad siempre que resulte necesario hacer el aprendizaje en los escalones más bajos, junto a los esclavos". Para qué formar hombres libres, si el trabajo que realizar no necesita de la libertad y sí de la obediencia más absoluta. Reducción de la educación y creación de masa esclava van unidos.

De hecho, los últimos mensajes que nos llegan de las ETT y de los gurús del empleo son claros. No hacen falta conocimientos sino aptitudes. Lo importante en el nuevo mundo laboral es el saber estar . Es decir, no criticar, reinventarse, ser asertivo y resiliente. O lo que es lo mismo, aguantar los palos con una sonrisa, el patrón siempre tiene razón, servir para un roto como para un descosido y, a más injusticias, más feliz por el privilegio de poder trabajar.

Mauvillón remata diciendo: "Una sociedad de esclavos es, por lo tanto, una sociedad dividida tajantemente en tres clases: amos, libres pobres y esclavos". Díganme si no nos acercamos hacia un panorama similar. Las clases medias, saqueadas, se convierten en precarios white trash encargados de sostener las estructuras o hacer de capataces mientras que una ingente masa esclava, oculta en fábricas de todo el planeta, nos provee de cualquier cosa inimaginable. Y por encima de nosotros, una casta, los amos, libres de cualquier responsabilidad penal y moral, que dirigen el cotarro sustituyendo el látigo por la prima de riesgo, la directriz comunitaria o la política fiscal.