El papa Francisco se ha salido con la suya, al menos de momento. No se trasladará a vivir a los apartamentos papales del Palacio Apostólico, porque prefiere estar en medio de los sacerdotes en la residencia vaticana de Santa Marta. El gesto se inserta en la ya larga lista de decisiones más o menos conocidas que desde el día de su elección ha tomado para estar más cerca de la gente, abandonando la solemne parafernalia que rodeaba a sus predecesores. Otros gestos se verán en breve, como el de trasladar la misa de la Cena del Señor, el Jueves Santo, a una institución penal para menores en la que lavará los pies a 12 de los chavales allí recluidos.

La actitud de Francisco ahonda decididamente en la desacralización de la figura del pontífice que supuso la renuncia de Benedicto XVI, y tal vez sea un presagio de las reformas de más calado que pidieron sus electores y que deberían empezar a concretarse después de la Pascua con la elección del secretario de Estado vaticano, su primer ministro.

Ese nombramiento, sin embargo, puede aplazarse un poco más si, como se rumorea en el Vaticano, va paralelo a una reforma de la propia Secretaría de Estado, incorporándole una especie de consejo formado por obispos de todo el mundo.

El asunto del apartamento se añade pues a la especie de autorreforma que está operando Bergoglio sobre su figura. No se ha llamado nunca "papa" a sí mismo, sino "obispo de Roma", y no usa los ornamentos y oropeles que a lo largo de los siglos se habían acumulado sobre la vestimenta papal, como símbolos de su poder. Sigue llevando una sencilla sotana blanca y los zapatos que trajo de Buenos Aires.

Tampoco usa coches oficiales dentro del Estado pontificio se desplaza en el microbús o caminando, lo que tiene despistados a varios jerarcas, que por el momento han abandonado sus coches con chófer para viajar en taxi. Y cuando quiere hablar por teléfono con alguien, llama él mismo a la centralita.

"Con mis curas"

"No se muda de Santa Marta, al menos por ahora, porque piensa vivir de una manera normal", puntualizó ayer el portavoz del Vaticano, Federico Lombardi, dando a entender que el papa argentino, acostumbrado a la calle, no tiene intención de encerrarse en la jaula dorada de los apartamentos pontificios. Lombardi precisó que el papa prefiere "esta forma de alojamiento sencillo y en convivencia con otros sacerdotes y obispos".

La residencia, de 122 habitaciones y equivalente a un hotel de entre tres y cuatro estrellas, tiene como clientes usuales a unos 50 funcionarios de la curia, el Gobierno central de la Iglesia católica, así como a obispos y cardenales de paso por Roma, y allí residieron también los electores del papa durante el reciente cónclave. La decisión no debe de haber gustado a todos en el Vaticano, porque en días pasados se objetó al papa que a la residencia debían volver sus moradores habituales. "Estoy acostumbrado a vivir con mis curas", respondió.

"Se trata de un momento de inserción y experimentación, si así puede decirse. Respetamos su decisión, a pesar de que los apartamentos pontificios están listos", añadió Lombardi.

Dichos apartamentos constan de unos 10 ambientes, algunos de ellos solemnes salones de representación de un jefe de Estado. En la parte más restringida, el piso papal incluye un dormitorio, comedor, cocina, biblioteca (desde la que cada domingo el papa se asoma al balcón para el ángelus), enfermería y lavadero.

"Demasiado grande para mí. Aquí caben 300 personas", había dicho el papa cuando visitó las estancias. Lombardi dijo ayer que no podía hacer "previsiones a largo plazo", lo que da a entender que podría incluso no ocuparlas nunca. El único cambio en Santa Marta, realizado esta semana, ha sido el traslado de la habitación 207 a la 201, la suite papal, de tres ambientes, que cuenta con un saloncito en el que puede recibir a sus huéspedes.