TLta provincia es ese lugar donde sabes a qué hora sales de casa, pero nunca sabes cuándo llegarás a tu destino. En la provincia, desde que pisas la acera, has de sortear un sinfín de acechanzas en forma de parientes, colegas, escaparates, imprevistos y espectáculos cotidianos del tipo ambulancia que ulula, freaky local que alborota, mujer de bandera que arrasa, carrito de garrapiñadas que tienta, vendedor de la Once que por un par de euros te hace millonario y escucha tu vida, grúa que actúa... En fin, la provincia es ese lugar del mundo no se conoce la prisa, pero sí se conoce a todo el mundo.

Hay provincias donde la puntualidad es un valor y las gentes la tienen en alta estima. En esos lugares, si uno queda a las seis, sale de casa con tiempo para las sorpresas o con la mentalización suficiente para no dejarse embaucar por una excentricidad, una vitrina luminosa o un camión de bomberos desgañitado. Pero hay provincias, léase Cáceres, léase Badajoz, donde la puntualidad es sólo una manera de hablar. En esas provincias, no se queda a las seis, sino a eso de las seis y, consecuentemente, puedes entretenerte con la rica panoplia de pamplinas provincianas y llegar a las siete porque nadie te esperaba a las seis. Eso sí, has de hacerlo con clase, componiendo gestos de agobio como si fueras un británico pillado en falta grave. O sea, tú te paras con todos y con todo, pero al doblar la esquina empiezas a correr y te acercas al lugar de la cita improvisando excusas y jadeando exhausto: "¡Ay, los niños, ay, el tráfico!". Y no pasa nada.