Que Cáceres está por encima es pacífico. Pacífico, al menos, para quien tenga ojos en la cara (y quiera ver). Hablo de comer. Envidia por Cáceres y sus buenas mesas. Hubo un tiempo en que Badajoz, y hasta Mérida, se le midieron. Hoy no. Mañana Dios dirá. Eso no es óbice, por supuesto, para que algunos de mis extremeños favoritos sirvan fuera de Cáceres. Sin duda, la del Bujaco está en un momento dulce. No solo porque en su puerto atraca el portaviones de nuestra gastronomía, Atrio, sino -y más importante-- porque el ramillete de magníficos restaurantes, en la ciudad y en su más cercano entorno, es notable. B-nomio es una de esas flores.

B-nomio está en un barrio del extrarradio. Mejor, se aparca fácilmente, no hay que pagar por ello y, junto al local, corre el agua en los jardines. La decoración es un primor. Si ustedes tienen menos de cuarenta años les encantará. A los que ya no frisaremos tal edad casi que también. También disfrutamos del primor. Es cierto que yo, en cuestión de buen gusto a la hora de decorar restaurantes, he tenido como referentes, digamos, la opulencia de Horcher y la llaneza de Lucio. Eso pensaba hasta que Ikea se me cruzó en la vida. B-nomio es un local moderno, con y sin mantel, amplio, elegante sin duda, con su puntito escandinavo, su aire de plató y su chester. ¿Cuánto vale comer sentado en un chester?

Tan cómodamente ubicado, el alma tranquila, comí magníficamente. Es más, me llevé un par de gratísimas sorpresas, que anoto para permanente memoria. Primero el pan, de varios tipos, muchos tipos, algunos probé y, todos los que probé, me gustaron; especialmente el pan de chocolate y naranja (a medio camino entre la compaña para la caza y las sopas para ahogar en el café). Otra sorpresa memorable: el puchero en la mesa. Miren,... en las humildes casas de comidas, en los sacrosantos menús de carretera, en el norte y más abajo, de vez en cuando, para reventarte de gozo, te dejan el perol en la mesa para que te sirvas ad libitum. En B-nomio, siendo un restaurante finolis, lo hicieron, y me hicieron feliz.

¿Lo demás? Bien. No me gustó el diseño de la carta. Era algo impropia (por infantil) para un local que cuida tanto los detalles. Algo corta, pero correcta. Tres menús degustación (sin vino), el más caro, cuarenta y cinco euros, fue el que probé. El de veinte, barrunto, puede ser una opción atómica vista la calidad que despachan. Muy buena la ensalada de salmón y frutas. Los boletus no me gustaron, un tanto babosetes. Precioso el plato de foie y fiambre de presa ibérica (en la web lo pueden ver). Sorprendentes los judiones; esperaba otra cosa y resultó ser una sopa de tomate con tropezones de judión; ¿excelencia creativa o simpático disparate?, no lo sé, pero me gustó y repetí del perol. Fruta no tienen en carta, así que desafié a mi diabetes y me zampé una gelatina de coco (mucha gelatina y poco coco),… quizá no acerté en la elección. Bien atendido, el jefe de sala me ofreció el vino por copas de todas sus referencias, hecho singular que agradezco en lo mucho que vale. Elegí el más caro de los vinos extremeños presentes y no fue como para echar cohetes (para afanes detectivescos dejo la foto de la carta de vinos en la web).

Fui el primero en entrar y vi como el comedor, poco a poco, se iba animando (un lunes, que tiene su mérito). El servicio no se resintió. A mi espalda comían (y comentaban con tino) un cocinero y su pareja. Enfrente, los del «taco» tronaban de lo mucho que conocen a Toño el de Atrio y de ir en first class a Shanghai, mucha textura en boca y la boca llena. En fin, lo que uno espera, y suele encontrar, en un restaurante de buena nota. ¿Nota? Faena de dos orejas.

Imágenes del restaurante B-nomio