Una película como 'La La Land' es idónea para inaugurar un festival como la Mostra, porque, por varios motivos, es ideal para hacer ruido. Es cine del que en unos meses amasará nominaciones, y que derrocha glamour y estilo; pero sobre todo, es una rareza. Al fin y al cabo, ¿cuánto hace que no hablamos de una película cuyos personajes se comunican cantando y bailando? Todo lo que tiene de audaz su concepto, eso sí, lo tiene de conservadora su ejecución.

En otras palabras, 'La La Land' cumple a pies juntillas con su condición de homenaje tanto a los musicales producidos por Hollywood en los años 40 y 50 como, sobre todo, a los dirigidos por el francés Jacques Demy en los 60; se contenta con ser un eficaz producto subsidiario de esos excelsos modelos antes que tratar de alcanzar la excelsitud a su manera. "He intentado tomar la magia de los musicales con los que todos crecimos y situarla en la realidad de nuestro mundo", explicaba el director Damien Chazelle a pesar de que la versión de la ciudad de Los Ángeles que el filme retrata es pura fabricación nostálgica. Que incluya teléfonos móviles y referencias a YouTube es lo de menos.

UNA ACTRIZ Y UN PIANISTA

Chazelle sabe tres o cuatro cosas del género. Después de todo la música ya era el principal protagonista de 'Whiplash', la película que lo dio a conocer, aunque en todo caso 'La La Land' conecta más directamente con su ópera prima, 'Guy and Madeline on a Park Bench', en tanto que como aquella retrata a un hombre y una mujer que se enamoran a ritmo de música jazz. En concreto cuenta la historia del romance entre una aspirante a actriz llamada Mia y un pianista llamado Sebastian, y echa mano de la carta blanca que le concede su condición de homenaje para encadenar intactos los clichés narrativos propios de su arquetípico esquema argumental: chico y chica se enamoran, se separan y se reencuentran, para siempre o no.

En la piel de ella, Emma Stone demuestra que canta con solvencia y que aguanta con firmeza una serie largos primerísimos planos. En la piel de él, Ryan Gosling trata de que sus dedos brinquen sobre las teclas como lo harían los de un pianista consumado (lo logra), y de que sus pasos de claqué den el pego (no lo logra). Y el ejercicio de musculatura actoral que esos desafíos empañan a ratos se impone sobre los aspectos más emocionales de su trabajo, a pesar de que la química que comparten es tan patente aquí como lo fue en su día en 'Crazy, Stupid, Love' (2011).

TÉCNICA Y ESTÉTICA

La película en su conjunto peca de lo mismo. Incluso en sus mejores coreografías, 'La La Land' parece más preocupada por la técnica que por la estética: Chazelle se esfuerza sobre todo por capturar a los bailarines en un solo plano secuencia, o por colocar la cámara dentro de una piscina y hacerla girar sobre sí misma; que las escenas resultantes deslumbren no es prioritario. De hecho, ninguno de los números que Stone y Gosling protagonizan es memorable -nada igualable a Gene Kelly danzando con el ratón Jerry en Levando anclas (1945), o a Fred Astaire bailando en el techo en Bodas reales (1951)- e incluso, durante 45 minutos buenos de su metraje, 'La La Land' es un musical sin música.

Cuando sí suena (o cuando los personajes hablan de ella), esa música vehicula un dilema que también atañe a la película misma. ¿Cómo deberían las formas artísticas en peligro de extinción, como el jazz o los musicales de Hollywood, adaptarse al futuro? Seguro que hay soluciones mejores que mirar atrás, como propone 'La La Land'. Por otra parte, de nuevo, ¿cuánto hacía que no hablábamos de una película cuyos personajes se comunican cantando y bailando?