Hay una España en calma. Los Santos de Maimona, por ejemplo. Me abstendré de opinar, dado que no toca hablar de la siempre muy sucia política, sobre qué pudiera preludiar tanta calma. Antes bien al contrario, como este es un artículo de opinión culinaria, me limitaré a cantar cuánto acaricia el alma tanta calma. Pasear un tibio mediodía de abril por la Plaza de España de los Santos de Maimona es un misterio gozoso. La plaza, su empedrado, su farola… ¡Válgame Dios qué farola! La iglesia y, en el empedrado, una fecha. 1929. En calma, todo en calma.

El ayuntamiento en un extremo, y a su siniestra según se le mira, un bar nuevo que no conocía. Casa Grande. Una caña en un caserón de gente pudiente (al menos en su día). Con su aire andaluz. No se ofendan. Hay una Extremadura que tiene aire andaluz; y otra que a la que le soplan los vientos de Castilla. Los Santos de Maimona es viento del sur. Si te subes a la farola quizá veas las marismas huelvanas. Quizá. No me he subido. Ni antes, de joven, ni ahora de viejo. Pero aquí, en esta plaza, huele a que, dejándote caer, hay un mar. Cuando menos de tapias encaladas.

Hubiera comido en Casa Grande aunque solo fuera por la buena impresión que me causó. Pero tenía el tiro hecho. A Las Barandas le debía una visita desde hace mucho. Allí siempre he comido bien; por ejemplo cuando el Badajoz, nuestro querido y entrañable Club Deportivo Badajoz, jugó en Los Santos una fase de ascenso. Y no sé si recuerdo con más delectación el ascenso o la comida. Y con eso queda todo dicho. Jugamos contra la «Yeyi». Hay que tener el arte despierto para llamar a un equipo de fútbol la «Yeyi». Aquellos días de fútbol, vino y rosas me subí al carro de tan entrañable equipo. Quizá eso ayude a que vuelva siempre a Los Santos en son de sincero aprecio (y en calma).

Las Barandas es uno de los mejores restaurantes de Extremadura. Pongamos entre los diez o doce mejores. Sin duda. No es que esté en camino de serlo, es una de las nuestras mejores mesas desde hace años. Apartado de todo, a desmano de casi todo y, sin embargo, uno de nuestros mejores. ¿Cómo se sostiene semejante restaurante en un lugar tan impropio para que los números cuadren? No lo sé. Mentiría si les dijera otra cosa.

Las Barandas es un restaurante de lujo a precios ajustados. Lo es por su emplazamiento (en lo mejor del pueblo). Por su elegante decoración, por su esmerado servicio y por su carta refinada. He vuelto, y he vuelto a disfrutar de la buena mesa. Sin mácula. Y hasta he podido cepillarme los dientes con cepillo y dentífrico una vez terminado el almuerzo.

Varias sorpresas. O algunos detalles que quizá tenía olvidados. Una pequeña carta de aguas (Voss, Fuente Liviana, San Pellegrino, Perrier, Vichy Catalán, Veri,…) Algunos platos de la cocina tradicional, por ejemplo ese soberbio guiso mozárabe de cordero y dátiles; algunos otros absolutamente desconocidos por mí, por ejemplo, los chipirones rellenos de chorizo; y un postre típico como el pastelón santeño (del que les dejo una foto en la galería). Al final tomé ensalada templada de calamares y langostinos, bacalao con costra maimonesa y, para rematar, merengue templado con corazón helado. Gentileza de la casa fueron un salmorejo de aperitivo y una espuma de aceite de oliva y crema de turrón de Castuera de prepostre (riquísima). Magnífica la copa de José Pariente verdejo. Todo por 41 euros. Por cierto, el tinto Valbuena a 109 euros. Las Barandas, un magnífico restaurante en medio de la calma. Para gente con buen gusto.