Wolfgang Priklopil, el autor del secuestro de Natascha Kampusch, era un loco de los coches tuneados . Entre los vecinos de la calle de Heine de Strasshof, donde se levanta la casa con jardín en la que mantuvo cautiva ocho años a la joven austriaca, era conocido sobre todo por conducir demasiado deprisa un BMW 650i rojo vino de 350 caballos, cuidado y repleto de accesorios. Y por pasar horas en el garaje mimando una furgoneta blanca Mercedes MB-100 a la que había instalado con obsesiva paciencia una suspensión con gestión electrónica y un equipo de audio sobredimensionado. La misma furgoneta en la que el 2 de marzo de 1998 secuestró a su víctima para hacerla desaparecer en un zulo a modo de esposa cautiva en el castillo de Barba Azul.

Afable, capaz de ofrecerse para ayudar a retirar la nieve del tejado del vecino, pero extremadamente introvertido y reservado, no se le conocían casi amigos y, cumplidos los 44 años, nadie era capaz de recordar que hubiera tenido novia. En el barrio se susurraba que era "homosexual". Pero al margen del día que denunció a un vecino porque las ramas de un árbol invadían su jardín, y otra ocasión en que fue reprendido por disparar a palomas con una pistola de balines que él mismo había fabricado siendo un chaval, jamás había centrado las conversaciones del vecindario.

Un Pigmalión moderno

Nadie sospechaba que la mente de Priklopil, que se formó en los 80 como técnico de comunicaciones en Siemens y después se dedicó a reformar viviendas y trabajar de electricista, fuera capaz de construir más que un inofensivo universo privado en el que solo cabía el tuning , la electrónica y la jardinería. La realidad era otra. Priklopil no solo quería ser el amo de coches únicos. Los recovecos más inaccesibles de su cerebro habían ido fabulando con la idea de tener una mujer a medida, creen los psicólogos. Era un Pigmalión moderno sin una Afrodita que pudiera insuflar vida a su amada estatua de marfil y que, frustrado, decidió buscar un modelo que esculpir en la puerta de un colegio.

Los pocos conocidos de Priklopil --cuyo padre, un representante de la marca de coñac Scharlachberg, murió de cáncer cuando él tenía 24 años-- le han descrito tras su suicidio como un "niño colgado de mamá" que quizá nunca creció. Sin sospechar que su hijo mantenía secuestrada en un zulo del garaje a Natascha, Waltraud llevaba a su retoño de 44 años comida cocinada a casa. Después se iba. Era la única mujer a la que no odiaba. "¡Son todas unas furcias!", había dicho años atrás refiriéndose al sexo opuesto, ha revelado ahora un antiguo compañero de estudios. Por eso su modelo femenino respondía al de un perfecto misógino: "Quiero una mujer que sepa cocinar, satisfecha de ser simplemente un ama de casa, guapa, pero que no crea que ser guapa es importante". Y añadía: "Y que se dé cuenta de cuándo quiero estar solo". Imposible misión dar con ese perfil en la periferia de la moderna Viena actual, a no ser mediante el macabro tuning de un largo secuestro.

Una novela como guía

Los investigadores sospechan que Priklopil se obsesionó con la idea del secuestro tras leer El coleccionista del británico John Fowles, escrita en 1963, o ver la versión cinematográfica de William Wyler. Existen demasiados paralelismos entre el caso Kampusch y esta obra, que la policía buscó en el registro de la casa del secuestrador, sin que haya trascendido si la halló.

El coleccionista explica la historia de un hombre, Frederick Clegg, que rapta a una niña, Miranda Grey. Como Priklopil, planea el secuestro durante años, lo realiza valiéndose de una furgoneta y encierra a su víctima en el sótano de casa e intenta ganársela con atenciones. Clegg lo hacía comprándole discos de Mozart. Priklopil, decorando el zulo de la pequeña Natascha: forró la puerta con corazones rosas, y dispuso en una estantería peluches y libros escolares.

En el libro de Fowles, Miranda muere de enfermedad y Clegg decide suicidarse, sin éxito. Cuando, el pasado 23 de agosto, Natascha huyó, para el moderno Barba Azul de Viena ella había muerto, como la Miranda de la novela. Y quizá decidió seguir el camino de El coleccionista. Cogió el BMV rojo vino, condujo hasta la vía del tren y apoyó la cabeza en los raíles. Lo primero que halló la policía junto al cadáver fueron las llaves de su coche tuneado .