A mí la rana Gustavo siempre me pareció subversiva, toda de verde, con un micro en la mano, haciendo preguntas comprometedoras a la Bella durmiente, como un periodista fisgón. Y qué me dicen de Triqui , el monstruo de las galletas y su defensa del colesterol, o de Epi y Blas y su convivencia extraña, o de Draco , el vampiro de peluche, o Caponata , o don Pimpón , tan gorditos, o el caracol Perejil . Así que no me coge de sorpresa que las autoridades de Estados Unidos hayan decidido ponerle dos rombos a la edición en DVD de las dos primeras temporadas de Barrio Sésamo . Es más, me parece excelente. Nunca me he explicado cómo mis padres me dejaban verlo ni cómo los padres de todo el mundo lo permitían. Llegabas a casa desde el cole, y allí estaban ellos, esperando para lavarte el cerebro con su mensaje subliminal, enseñándote conceptos peligrosos, como arriba y abajo, dentro y fuera o la canción del tres. O nuevas versiones de los cuentos, en las que las princesas eran bastante estúpidas y triunfaba Coco , el monstruo azul, sobre cualquier príncipe amanerado. Y qué pensar de Espinete , que hasta era rosa. Menos mal que estos norteamericanos están al quite como guardianes de Occidente que son. Sin ellos aún seguiríamos creyendo que la malicia, al igual que la belleza, está en el ojo del que mira, y que la rana Gustavo era inocente y solo quería enseñar a los niños la diferencia entre derecha e izquierda o todo o nada, conceptos claramente peligrosos que no hay que aprender nunca, ni de adulto, no vaya a ser que de ahí pasemos a la canción de quiero ser feliz o todos somos iguales, y ya la tenemos liada.