TAtlgunos conocidos me dicen que he adelgazado últimamente. Qué suerte la mía, pienso. Sin embargo, otros se asombran de lo mucho que he engordado de un tiempo acá. Para salir de dudas, lo que hago en situaciones como esta es pesarme en la báscula del baño, que, indiferente a la visión de la realidad de voces gratuitas, marca lo de siempre: ni un gramo más ni un gramo menos.

Un matrimonio amigo se fue un verano a Ibiza y una vez de regreso en Ciconia me contó (más bien contaron, porque cada uno lo había visto de manera diferente) su experiencia en una playa nudista. Según él, el 80% de los bañistas estaban completamente desnudos, y según su esposa, solo el 10%. Ocurría que él quería despojarse de toda la ropa mientras que ella, más pudorosa, se negaba en rotundo. En casos así, ¿a quién creer? En aquella playa ¿estaban casi todos los bañistas desnudos o por el contrario vestían casi todos prendas de baño? ¿He engordado seis o siete kilos o los he adelgazado? ¿Se acaba la crisis económica o no ha hecho más que empezar?

Valgan estos ejemplos para justificar mi costumbre de mirar las opiniones (incluidas las mías) con tanto respeto como escepticismo. O sea que no tengo fe ciega en las opiniones de nadie por muy seguros que algunos pretendan mostrarse ante el mundo. He conocido gente que no hubiera tenido el menor problema en tratar de convencer a Jacqueline Kennedy de que su marido, el presidente John Fitzgerald Kennedy , murió de un constipado. Por qué hay tantos charlatanes mediáticos de este tipo y por qué tienen tantos seguidores que no usan básculas es algo que tendré que estudiar detenidamente.