Se busca batería para grupo. Eso rezaba un cartel que encontré al paso esta semana. El escueto mensaje iba acompañado de un dibujo que daba a entender que esa posible banda pensaba a sonar a punk. Pegado en una pared cualquiera de una calle cualquiera. A la antigua usanza. Ni redes sociales ni nada. Ahí, impreso en una cuartilla, pegado con prisa y en un rincón sin más tránsito que el de los que buscan atajos, como si el que debiera encontrarlo estuviera destinado a hacerlo. Si alguien podría haber encontrado ese cartel es Vicky González (Cáceres, 1992). Ella no fue la primera, antes hubo muchas. Icónicas como Maureen Ann ‘Moe’ Tucker de la Velvet Underground, Wanda Day de 4 non blondes o Cati Bestard de Doble Pletina. Incluso hace tiempo leí sobre una extremeña, Elisa Zarcero, un nombre que no recordarán muchos y que en los años 40 llevaba la percusión en una banda en un pueblo de Badajoz. Ellas abrieron el camino al futuro y la cacereña se encarga de seguir con certeza su estela en el presente.

Lo cierto es que no es de extrañar que se dedique a la música cuando nació de ella. En su familia hay una larga lista de instrumentistas. «Mi yo de siete años siempre jugaba tocar la guitarra en el espejo». ¿Por qué eligió la batería? Ni ella misma lo sabe. Solo sabe que tuvo claro que la percusión era lo suyo. A los siete años entró en el conservatorio y a los once ya formó parte de su primer grupo de música. Todos estos años se los ha pasado entre platillos, cajas y bombos. No llega a enumerar en cuántos proyectos ha estado y de cuántos grupos ha formado parte. No hay escenario en Extremadura que no haya pisado alguna vez ni banda que no la haya llamado en alguna ocasión. Es la más buscada. En estos años compagina lo clásico con lo alternativo. Terminó el grado superior y da clases tres días a la semana en el conservatorio de Badajoz. Da ejemplo de que para aprender a tocar la batería no hay edad, sus alumnos tienen entre cinco y cincuenta años. Como de las clases solo no se puede vivir, alterna con nombres de la escena musical. Ahora, entre los frentes que tiene abiertos con las baquetas se encuentran Acetre, Chloé Bird, Jorge Navarro y el espectáculo de Raquel Palma. Es quizá su espontaneidad la que haga que se sienta cómoda en esa vida de improvisación. «Hay muchos meses que no se qué va a pasar pero siempre hay una parte de mí que dice no te preocupes y de momento funciona». Esa naturalidad hace que acumule proyectos incontables en la mochila, aunque si echa la vista atrás del que más ilusión le ha hecho formar parte es de Los niños de los ojos rojos. «Los veía cuando era chiquinina».

En su vida sigue una consigna: «tienes que confiar desde el principio en cualquier cosa que te propongas». No obstante, añade que en su caso ha jugado a favor la «suerte» para que pueda ganarse la vida con lo que le gusta. Dice con convicción que tocar la batería «es la única cosa que le hace estar fuera del mundo». «Es liberador, es como estar en estado de meditación, solo tienes consciencia de lo que está sonando, del ahora, el resto no existe, te alejas de los problemas de la vida». Se atreve también con uno de los mitos que se asocia la percusión. Por el contrario a lo que se suele pensar, Vicky sostiene que ser baterista no es pegar golpes. «Al final se trata de ser delicado, la batería no es agradecida, pero no hay que ser un burro».

También rompe esquemas sobre el mito que anima a salir de la región para triunfar en este mundo. «He salido, estuve en Salamanca y en Madrid y un productor me dijo que qué hacía en Extremadura». Ella tiene claro que su aspiración es «tocar cada vez en sitios más grandes» pero no se plantea marcharse. «No sería feliz en ninguna ciudad grande, mi base está donde está mi gente y hay aire limpio para respirar». Aún así, no oculta sus reivindicaciones. «Más salas de ensayo y más salas de concierto». En cualquier caso, mantiene esperanza en el futuro y apostilla que en Badajoz desde hace tres años con las sesiones de micro abierto «ha habido un antes y un después». «Ha ido saliendo gente súper joven con ganas de hacer cosas». Mientras sigue haciendo sonar sus baquetas, no hay nadie mejor que ella para mantener el ritmo.