TMte acuerdo de aquella Navidad en la que Ruth se fue y me dejó solo en la gran ciudad sin más compañía que mis oscuros pensamientos, un viejo y traicionero Renault 5 a punto de defunción y una pequeña habitación en un oscuro piso de alquiler. Y es que en aquella época todo era tremendamente oscuro pese a las refulgentes luces navideñas de los grandes almacenes. Serán solo diez días. Tengo que estar con los míos , volvió a justificarse en el andén de la estación. Yo dije Todo está bien aun a sabiendas de que nada estaba bien. Cuando se marchó el tren, me quedé observando las vías en silencio, sin hacer grandes gestos: el cine y la literatura, adictos a las despedidas y a los trenes, ya lo han dicho todo en esta materia.

Ya de vuelta, el coche decidió no estropearse, y eso fue un detalle por su parte. La casa era oscura, ya lo he dicho, y yo estaba solo, también lo he dicho, en una cochambrosa y fría habitación de un barrio obrero cualquiera. Parecerá que estoy fabulando para recargar el drama, pero juro que aquella Nochebuena el frigorífico estaba vacío y que me eché a la calle dispuesto a comprar comida y bebida en un 7-Eleven, esas multitiendas que nunca cerraban... excepto aquella noche. Lo siento. Nos vamos para cenar en familia , se excusó la empleada mientras echaba la llave ante mis narices. Por más vueltas que di no encontré ningún lugar abierto.

Acabé por cenar en la cocina: un filete reseco y un vaso de agua. Una hora después ya estaba tras la barra del pub atendiendo a histéricos clientes que bebían y bebían para celebrar entre cánticos que la Navidad había regresado un año más a la gran ciudad.