Es lo mismo. En Inglaterra caen gatos y perros y en España son cántaros. En apariencia no tienen nada que ver, ya de entrada lo segundo parece ser más peligroso que lo primero, pero en ambos casos es lo mismo. Para los dos diluvia. Da igual lo que caiga del cielo. Así es como funcionan las lenguas, son caprichosas y se quedan con lo mejor (y lo peor) de sus tierras y de los que habitan en ellas. Hay que sumergirse bien en cada una para que revele sus entresijos. Suerte que existen personas como Bernardo Santano Moreno (Cáceres, 1961) que dedican su vida a bucear en ellas y a conectar unas con otras. Su lengua de cuna es el castellano pero si alguien le conoce sabe que su verdadero idioma es el inglés, pero no el raso, como no se conforma con el de la calle, se hunde hasta el de los ancestros. Siente predilección por el anglosajón, el antiguo, el de raíz, tanto que por poco es médium más que traductor.

Escucha lo que le dicen las palabras, las mece en su cabeza, las remueve y luego las moldea para que digan exactamente lo que quieren decir. Posa como Whitman, su apariencia reposada y su aplomo en la oratoria imitan a esos grandes autores que se nombran en las clases magistrales a los que tanto habrá leído. «Leer, leer, leer todo, clásicos, desconocidos, buenos, malos, ver cómo escriben, leer y absorberlo», decía William Faulkner. Y tanto habrá absorbido esa frase como propia que precisamente su último trabajo ha consistido en descifrar uno de los textos más complejos sino el que más del escritor de Misisipi que ganó el Nobel de Literatura en 1949. El extremeño se ha encargado de elaborar la tercera y quizá más certera traducción al castellano de ‘Absalón, Absalón’. Meses de trabajo en el tintero y la mente que publica la editorial Cátedra este próximo jueves, 27 de febrero.

Sobre la obra no tiene más que fascinación. «No tuvo mucho éxito ni gran acogida cuando se publicó pero con los años se ha convertido en una obra de culto por su forma de escribir y su complejidad, tiene frases laberínticas que se prolongan varias páginas», relata. Asegura que todo el proceso le ha abducido. «Me subyugó la historia porque aborda el conflicto del ser, la confusión y la identidad racial». La de Santano es la tercera adaptación que se hace. La primera es de los años 50 y la segunda del 2003, y ambas, asegura, contienen imprecisiones que impiden entender la verdadera historia. Su función en esta es encajar las piezas, de alguna manera reescribir las ideas que quería trasladar el autor. «Es un proceso intimista y enriquecedor, a medida que lo iba leyendo parecía escuchar a Faulkner». No deja de repetir que la traducción «es una herramienta para reflexionar, para trasladar un mensaje de una cultura a otra». Para completar un puzzle.

Aunque tanto embeleso parezca digno de una primera vez, el texto de Faulkner no ha sido el primero que pasa por sus manos. En estos años ya se ha sumergido en las letras del mítico Shakespeare, en los versos épicos de Beowulf o en las palabras y grabados de William Blake. A él lo que le gusta es la traducción poética. Esta labor la compatibiliza con sus clases en Filología Inglesa de la Universidad de Extremadura. Se considera afortunado. «Tengo mucha suerte porque me pagan por lo que me gusta». Imparte clases en la facultad desde finales de los ochenta. Paradójicamente, y aunque su familia es de la región, se crió en el País Vasco, su acento así lo corrobora, y tras decantarse por los idiomas y pasar dos años en Iowa, hizo el camino a la inversa y volvió a Cáceres. En su decisión tuvo mucho que ver un profesor al que le preguntó si la docencia tenía futuro. Él le respondió que «intentara ser el mejor en lo que hiciera». Y en eso ha puesto empeño toda su vida. Decía Faulkner también que «para ser grande hace falta un noventa y nueve por ciento de talento, un noventa y nueve por ciento de disciplina y un noventa y nueve por ciento de trabajo». A lo mejor se ha reencarnado en él.