En los años 30, el pan se besaba. En el 2018, se tira. De todos los alimentos que echamos a la basura, el pan es el primero. Y no será por la de cosas que se pueden hacer él: remojarlo y batirlo con tomates, aceite y ajo para elaborar salmorejo o rallarlo y salterarlo con ajo, perejil, albahaca y otras especias y hacer una salsa crujiente que acompañe a unos macarrones.

El informe del Senado insiste en pequeños gestos que se pueden hacer para combatir el despilfarro alimentario. La primera, diferenciar bien entre fecha de caducidad y de consumo preferente. En este último caso los alimentos siguen estando «aptos para su consumo» pero se tiran por desconfianza. Debido a la oxidación, los fermentos o las bacterias, algunos productos pueden generar algún tipo de moho o un aspecto poco agradable. El informe destaca que hay maneras de arreglarlo: lavarlo bien, retirar la capa de moho o raspar su superficie. También hace hincapié en que, en el pasado, muchas familias sabían -por tradición- cómo alargar la vida de los alimentos. El aceite servía, por ejemplo, tanto para conservar queso como paté y lácteos fermentados. «Esos usos se han ido perdiendo», se lamentan. Lo que no se ha perdido es la costumbre de aprovechar -aunque sea en parte- algunas viandas. En muchos hogares jamás se tiran las cabezas ni las cáscaras de los langostinos sino que se cuecen con apio, laurel, cebolla y puerro para lograr un buen caldo.