TAtlgunos padres están alarmados por el aparente rebrote de la mononucleosis, popularmente conocida como la enfermedad del beso . Es comprensible esa preocupación ante la citada epidemia (aunque sea de carácter benigno, acarrea numerosas molestias), pero bien mirado parece saludable que nuestros jóvenes enfermen en el amor y no en la guerra.

La literatura nos ha regalado durante siglos los apasionados versos de poetas que han hecho del beso su leif motiv , cuando no la razón de su existencia. El amor es una fuente de bienestar, pero todo tiene siempre dos caras, y en este caso la menos amable nos informa de que en pleno arrumaco en un banco del parque o en la fila más recóndita del cine podemos transmitirle a nuestra pareja el inocente fruto de la pasión, pero también el virus de Epstein-Barr. El amor, ay, es una ruleta rusa.

Somos, en definitiva, un conjunto de células y bacterias con la capacidad y necesidad de amar a otras células, a otras bacterias. No es extraño, pues, que esa colisión de organismos unicelulares nos deparen a veces un mal susto.

Sin ir más lejos, mi familia ha pasado unos días angustiosos: una repentina inflamación de los ganglios del cuello llevó a uno de mis sobrinos a Urgencias. El primer diagnóstico, provisional, apuntaba a un cáncer linfático, pero al final las pruebas han demostrado que solo padece la enfermedad del beso. Paola ha recibido con satisfacción la noticia: "Me alegra mucho saber que J. no tiene un linfoma". Y en la silenciosa complicidad de la noche, antes de dar por finalizada nuestra conversación, llena el hilo telefónico de besos y más besos.