TAt finales de los años 90 un ciudadano de Badajoz fue a visitar a un amigo alemán que vivía en Freiburg, localidad de unos 200.000. Para poder moverse por la ciudad el anfitrión le prestó una bicicleta que mi amigo agradeció, aunque le puso un pequeño reparo: la bicicleta no tenía cadenas, candados o sistemas similares para evitar los latrocinios. El alemán le respondió que no hacía falta y que en toda la ciudad encontraría lugares en los que dejar la bicicleta sin miedo a que desapareciera. Mi amigo se quedó boquiabierto y cuenta aquellos días en Freiburg como una estancia inolvidable, disfrutando de carriles especiales para ese medio de locomoción y facilidades en toda la ciudad. Cuando volvió se lamentó de que Badajoz, con una orografía y un clima envidiable, apenas contara con tres pequeños tramos de carril bici. Cuatrocientos metros que unían el Puente de Palmas con el puente de la Universidad, un kilómetro en la carretera de la Granadilla y otro en Puente Real. Ha pasado una década desde entonces y las mejoras en esta ciudad, que pretende ser moderna y avanzada, no han sido muchas.

Hoy tenemos una acera amplia hasta la frontera, aunque no es un carril-bici propiamente dicho, un tramo muy decente en la carretera Valverde y una broma de mal gusto --no se le puede llamar de otra manera-- que es lo que en su día se hizo al pintar unas rayas en el suelo de la carretera de circunvalación. Parece que ahora vamos a contar con un sistema público de uso de bicicletas y uno no puede más que felicitarse. Pero Freiburg sigue estando demasiado lejos de Badajoz y no es solo cuestión de civismo.