"Lo siento señor, no puede alargar la estancia. El hotel está lleno hoy". Una decena de intentos en otros hoteles basta para convencerse de que no hay más opción que salir de Hiroshima. Quizá en Nara, la que fuera capital del Japón medieval. No hay hoteles. O en Kioto, un armonioso conjunto de templos y casas de preguerra que por su belleza fue respetada en los bombardeos de la segunda guerra mundial. No hay hoteles. O en Osaka, la gran capital del sur. Casi tres millones de habitantes y un listado de 92 hoteles en una página web de búsqueda. Todos llenos.

No hay una cama libre estos días en el sur de Japón, como si el país se hubiera inclinado por el eje. Desde el sábado al lunes se celebran las vacaciones nacionales y esa es suficiente excusa para huir de seísmos, tsunamis y radiaciones.

A Noriko, informática de 38 años, el tren bala o shinkansen la ha acercado desde Tokio a Hiroshima en apenas cuatro horas. "Nos invitaron unos amigos y no lo pensamos. Si no pasa nada grave, si la central no acaba de volar por los aires, volveremos. De lo contrario, nos quedaremos aunque perdamos los empleos". A su lado asiente su novio hongkonés. "Solo como última opción nos iríamos del país", cuenta.

El sur no solo es seguro. También es un bálsamo para el alma, un regreso a la normalidad, una victoria sobre el estrés. Las tiendas en Hiroshima están bien surtidas, no hay racionamientos de gasolina ni colas, los restaurantes ofrecen el menú completo, la gente sale a la calle y bebe en los bares, no se ha descubierto radiactividad en el agua del grifo ni cabe temer a las verduras de Fukushima. Puede que Japón viva la peor crisis desde la segunda guerra mundial, pero aquí no se percibe.

Aburrimiento

El éxodo al sur también es el mal menor para los extranjeros. Muchas compañías han ofrecido a sus trabajadores pasar unos días fuera de la capital. La embajada alemana o la oficina de la agencia France Presse se han trasladado de Tokio a Osaka, a 400 kilómetros.

Kayo, estudiante de 21 años de la Universidad de Asia, ha regresado a su Hiroshima natal. Sus padres no han tenido que insistir esta vez. "Aquí suelo aburrirme. Ahora es diferente, necesitaba aire libre. Estaba cansada de estar encerrada en mi casa de Tokio". Los hoteles tokiotas han sufrido una caída de ocupación. En el Hotel Marriott Courtyard apenas hay un 30% de habitaciones cubiertas, cuando otros años rozaba el lleno.