Un cosquilleo de mal agüero recorre el cuerpo al comprobar cómo la instalación del cámping Las Nieves, en Biescas (Huesca), permanece intacta y abandonada al tiempo. El estado de dejadez en el que se encuentra propicia que se deje correr la memoria y se intuyan las escenas de dolor que ahí se vivieron el 7 de agosto del 1996. La piscina deja entrever la categoría que tuvo el cámping, "uno de los más bonitos de España", admiten los vecinos. Y unas flores artificiales junto a una nota recuerdan que 87 personas, entre niños y mayores, fallecieron víctimas de la terrible riada.

"Este pequeño pero emocionado homenaje va para todas aquellas personas que perdieron la vida disfrutando de sus vacaciones..." El texto plastificado conmueve en un escenario de piedras, cristales y contenedores con basura y canastas oxidadas.

El edificio central contiene todavía restos de muebles de cocina, sillas y estanterías. Y el de servicios mantiene intactas las mamparas de las duchas, espejos, inodoros y lavabos. Pero ninguno de los dos se ha librado del vandalismo. Algún depravado intentó llevarse los sanitarios y lo único que logró es romperlos. El silencio lo rompe el trajín de los coches que circulan por la carretera de Biescas, pero nadie para.

"Estamos hundidos. Hemos necesitado ayuda psicológica y Biescas no se nos va de la mente". El octogenario Carlos Prieto, de Granada, recuerda así la muerte de su hijo, su nuera y sus dos nietos, de 7 y 3 años. "Todos los políticos que hace diez años acudieron en masa se han olvidado de aquello. Y al juez que se aferraba a que el fenómeno era impredecible y un caso de fuerza mayor lo ascendieron. Pero ahora estamos conformes con la sentencia de la Audiencia Nacional, que culpa al Gobierno aragonés, y solo quiero que me paguen", añade con tono de amargura y resignación.

"Poco a poco, gracias al tratamiento psicológico, lo vas superando, pero las imágenes nunca se borran. En casa no hablamos del tema. Ese día nos cambió la vida, pero hay que seguir --admite María Angeles Tejedor, de Calatayud--. Mi hijo, que tenía 16 años, no ha comentado nunca lo que le pasó, y si sale el asunto cambia de conversación o se va".

Al madrileño Antonio Espinosa le tuvieron que amputar el brazo derecho por la infección sufrida y ha comprobado con estupor cómo su caso ha sido desestimado por la Audiencia y no cobrará indemnización alguna: "Tengo miedo. He llegado hasta aquí para defender mis derechos, pero a partir de ahora el recurso me va a costar mucho dinero".