YJesús dijo: "¡Ay del que escandalice a uno de estos pequeños! Más le vale que le aten una piedra de molino de las que hacen girar los asnos y le hundan en lo profundo del mar" (Mateo, 18:6).

¿Está haciendo la Iglesia católica todo lo posible para detectar, condenar y reparar los delitos de pederastia efectuados por parte de religiosos en numerosos países? La pregunta ha vuelto a dividir a los cristianos de base y a la cúpula eclesiástica. Los primeros critican a la segunda por esconder y proteger a una legión de delincuentes que emborronan la buena labor de miles de curas. Las altas esferas aseguran que se está actuando con transparencia y contundencia, e incluso hay quien denuncia (la Santa Sede, la primera) una cruzada contra el Papa.

El copríncipe de Andorra y obispo de Urgell (Lleida), Joan Enric Vives, insiste en que "las víctimas de abusos merecen todo el respeto, ayuda y comprensión". A renglón seguido, ofrece una férrea defensa sobre la actuación de Benedicto XVI: "Ha hecho reaccionar a la institución eclesial poniendo de manifiesto las culpas de los sacerdotes implicados. Y es muy injusto que precisamente se quiera atacar a aquel que más ha hecho para que se reconozca el mal causado, se repare en la medida de lo posible y se vigile para que no vuelva a pasar". "Es necesario que la sociedad valore a los centenares de miles de curas fieles por encima de esos pocos y reprobables infieles a sus promesas sacerdotales", matiza el prelado.

Este último razonamiento es compartido por las asociaciones cristianas consultadas, pero no evita que el apoyo de Vives al Pontífice colisione con la radiografía que hacen algunas organizaciones. Entre ellas Iglesia sin Abusos, cuyo portavoz, Carlos Sánchez, arremete contra la jerarquía católica: "Su estrategia ha sido la de callar e intentar que no se esclarezcan los delitos. Todo con un fin equivocado: el de no perjudicar a la institución, cuando esta actuación ha sido la que más la ha dañado".

Por supuesto, Sánchez deplora declaraciones como la del cardenal Antonio Cañizares ("estos ataques a la Iglesia por los casos de pederastia pretenden que no se hable de Dios") y recuerda que a los miembros de su colectivo se les impide participar activamente en su parroquia desde que, en el 2002, denunciaron los abusos a un menor por parte de un cura, que fue condenado.

OPACIDAD EN ESPAÑA Pero, ¿cómo se explica que aparezcan tantos curas pederastas en medio mundo y, en cambio, en España e Italia, grandes cunas de la tradición cristiana, se hayan destapado los casos con cuentagotas? "Por el poder que tiene aquí la Iglesia", argumenta Sánchez. Más allá de las diferencias legales --en unos países las víctimas de los años 50 y 60 aún pueden percibir una compensación económica y en otros el delito ha prescrito y los afectados prefieren no denunciarlo--, "la autoridad moral que ha tenido esta institución sobre millones de personas le ha valido para que sus intimidaciones a las familias surgieran efecto", añade.

Josep Torrens, presidente de Iglesia Plural, recuerda un documento firmado en 1963 por Juan XXIII en el que "se amenazaba con la excomunión a aquellos que hicieran públicos los casos de abusos sexuales". En su opinión, "se debería cambiar la formación de los seminaristas, abolir el celibato obligatorio y acabar con el machismo".

El teólogo y exjesuita José María Castillo matiza que no se puede culpar a todos los religiosos, pero critica que la Iglesia se haya dedicado a ocultar los casos. Los males de esta institución, concluye, "radican en su sistema de gobierno: una monarquía absoluta donde el Papa tiene el poder universal y donde el clero goza de patente de corso porque está protegido por él".