TEtl sábado por la tarde cogí seis tomates de Miajadas, los pelé y los pasé por la batidora. Después eché un chorrito de aceite de Los Santos de Maimona, unos granos de sal gorda y empapé con el semigazpacho dos rebanadas de chapata. Deposité sobre una de ellas unas lonchas de jamón de Montánchez, las abracé con la otra rebanada, envolví el bocadillo en papel de aluminio y me fui a Malpartida, a Los Barruecos. Busqué una peña solitaria junto al agua y me dejé llevar. Lucía un cachito de sol a punto de esconderse tras el Pericuto, por Aliseda. Los mosquitos empezaban a pespuntear el agua y una bandada de patitos flotaba junto al museo Vostell. Dos bandadas de patos grandes pasaron sobre la charca y giraron camino del Salor. No sé de ornitología, pero soy capaz de distinguir las anátidas por sus alas histéricas. También adivino el vuelo majestuoso de la garza real. Fue preciso que el sol desapareciera tras los montes para que una se dignara a posarse sobre una peña. Los patitos debieron de asustarse porque empezaron a nadar frenéticos y descompuestos.

A esas alturas del día, hacia oriente, la noche se anunciaba tiñendo el cielo de azul profundo. Hacia occidente, un halo pastel enmarcaba el crepúsculo y cinco aviones dibujaban tiras de algodón rosado en el cielo. Garzas, patos, reactores... Había un tráfico aéreo muy intenso y la charca reflejaba en papel satinado el adiós de la tarde. Fue en ese instante cuando quedé en suspenso, despojado de ansias, desnudo de agobios. Entonces saqué el bocadillo y creo que fue el momento mejor del verano.