Es incuestionable que muchas familias con hijos han aprendido a convivir sin problemas con la tecnología. La de Alberto, por ejemplo. Cuarentón y padre de dos adolescentes, este barcelonés redactó una serie de normas, las plasmó en un papel e hizo que sus hijos lo firmaran como compromiso. Si se estudia, no hay móvil en el cuarto. A la hora de dormir, no hay móvil en el cuarto. No se va al lavabo con el móvil. En verano, algo más de mano ancha. El régimen pactado está claro y funciona. Pero eso no pasa en todas las familias. Algunas llegan a vivir un infierno. Hay casos entre los atendidos por Marc Masip en Desconect .

Por ejemplo, el de M. O., un adolescente de 13 años al que sus padres dejaron sin móvil por mala conducta. Tuvieron que devolvérselo: si no, pegaba a su hermana pequeña. Si esta empleaba wi-fi, le pegaba por rebajar su velocidad de navegación. Y mostraba su cólera porque la niña no le ponía nunca un me gusta en sus fotos de Facebook. Un fin de semana que pasó sin sus padres, estuvo conectado a esta red social 30 horas. En la red, el menor daba todo tipo de detalles sobre él y su familia, con fotos consideradas de riesgo. Su rendimiento escolar era muy bajo.

Ante la situación, se optó por trasladar el ordenador del adolescente de su cuarto a una zona común, el comedor. Se estableció un límite de conexión diaria de media hora y se le quitó el móvil. Después de meses de terapias, el menor dejó de agredir a su hermana y mejoró mucho su relación con ella y su rendimiento escolar. Le dejaron sin móvil de última generación, lo que le causa vergüenza y rebaja su autoestima. Pero asumió tener acceso limitado a internet.